jueves, 4 de mayo de 2006

¿Cómo me metí a este tema?

Este 1 de mayo mis intenciones para solidarizarme con las manifestaciones en Estados Unidos se cayeron a pedazos cuando, haciendo cuentas, comprendí el concepto Globalización. Para mí, que fue un día laboral común y corriente, decirle no a los productos norteamericanos me hubiera significado no ponerme shampoo, crema, desodorante, y maquillaje (traducido en llegar oliendo a chivo); también me hubiera restado productividad sin usar la computadora y las máquinas que del diario se utilizan en el changarro, (gringas en buena parte), y por último, me hubiera quedado en prisas sin mi útil vehículo diario que es de popular marca estadounidense. Así que mis intentos por boicotear todo aquello de procedencia gabacha se limitó en estar atenta de lo que acontecía y nada más.

Cuando comenzó este "boom" sobre el tema migratorio jamás sospeché siquiera lo cerca que me iba a tocar vivirlo. Fue desde que un par de primos míos se aventuraron a sumarse a las fuerzas mexicanas radicadas del otro lado, y desde que como parte de mi exilio voluntario fui testigo de su forma de vida, de su realidad, de lo cerca y lo lejos que en están de México y de la vida misma de los indocumentados que emigran sin preparación ni estudios, que me pareció que tenía elementos válidos para sentirme parte de todo este fenómeno social. Pero por causas insospechadas, mis requerimientos laborales demandaron en mí la paciencia y la capacidad de escucha para ser parte no sólo de mi propia historia familiar, sino de montones de ellas que día con día suceden en los hogares mexicanos.

La de mis familiares es una historia de tantas, con sus semejanzas y particularidades. Las causas de su fuga son como las de muchos: alternativas laborales, mejor calidad de vida y estabilidad emocional en un entorno nuevo y diferente. Así pues, tras empezar de cero pese a sus títulos profesionales, poco a poco han escalando progresos muy merecidos. Mis amadísimos primos, si bien no padecieron el viacrucis del desierto, han enfrentado obstáculos que tristemente surgen desde su misma raza: Envidias, celos, soledad y la irritabilidad del entorno; un autoracismo entre los propios mexicanos que, en lugar de tenderse la mano, se encierran más en su mundo.

Y es que llegar a parajes gringos es ver una maqueta de ensueño: todo está limpio, en su lugar, todos cumpliendo las leyes de tránsito, todo en orden, con seguridad. Es muy fácil deslumbrarse ante la tierra prometida en donde se inculca el valor del deporte, de la ecología, y donde pagar impuestos se refleja en cada uno de los complejos como bibliotecas o parques a los que uno puede accesar. Pero ¿a qué precio? En mi última visita, estuve tentada mil veces a preguntarle a mis primos si ha valido la pena tanto sacrificio de su parte. Cuando los miré felices, unidos, con sus hijos sanos y con un futuro por delante, simplemente me quedé callada y comprendí que la felicidad no es un trámite geográfico, es simplemente, donde está el amor.

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