jueves, 30 de agosto de 2007

Ellos tienen alma

Una noche sin quehacer me topé en la televisión con un documental sobre el Holocausto que me dejó helada. Producido por Steven Spielberg, este fue un relato colectivo de personas que estuvieron ahí, que padecieron el horror, que sobrevivieron a la furia de un sujeto ajeno a toda realidad, inmerso en una locura abrumadora. Una mujer, explicando a detalle los campos de concentración y el hacinamiento, terminó su testimonio con una idea contundente que resumió la fuerza que la hizo salir adelante: “Los nazis me habían quitado a mi familia, mi casa, mi libertad… comprendí que lo único que no podían quitarme nunca, era mi alma. Por eso sigo aquí.”

El alma. Qué etérea, qué valiosa, qué invisible es. Escuchar que una mujer salió adelante del peor de los infiernos en defensa de su alma me hace pensar en todas las mentes brillantes que a lo largo de la historia dedicaron sus neuronas con el fin de explicarla, de comprenderla, de conocerla. Palpable o intangible, nadie puede en efecto robarla. Ni siquiera el amor.

Gracias a esas fuerzas cósmicas que de pronto te llevan a un mismo tema, me topé con una revista española dedicada a las mascotas, cuyo reportaje principal destaca la pregunta “¿Tienen alma los perros?”.

El texto de Eduardo de Benito nos remota hasta los días del antiguo Egipto. Sus dioses reflejan el respeto que esta cultura manifestó durante su existencia al reino animal; menciona también a Empédocles y su filosofía biológica en la cual los seres son mortales pero su alma es eterna. En este recorrido existencial también se encuentran Plutarco, un pensador griego que concluyó que el alma es idéntica en humanos y animales y de quién se sabe escribió el tratado “Los animales hacen uso de la razón”, mismo que como tantos documentos valiosos se ha perdido.

Aristóteles también dedicó sus pensamientos al alma de los animales. Para él, existen tres clases de alma (el principio de toda vida): la vegetativa, la sensitiva y la racional. Los hombres comparten con los animales la segunda. Tiempo después Santo Tomás retomó la filosofía aristotélica aplicada a los perros, y por otra parte, Descartes los denominó máquinas animadas carentes de conciencia e inteligencia. Por supuesto que el reportaje no excluyó las diferencias que el tema genera entre ciencia y religión, donde esta última rechaza en absoluto el alma en los animales pese al ejemplo del gran San Francisco de Asís.

Para mi sorpresa encontré en este texto a Pitágoras, con quien comparto la idea de la metempsicosis, una doctrina que hace a las almas transmigrar de un cuerpo a otro. Así, el alma de quien hace 25 años pudo pertenecer a mi hermana María una década después regresó al mundo en el cuerpo de Pochaco, mi extravagante mascota con comportamiento humano. Tras este recorrido los lectores llegamos a la conclusión que más nos conviene, y si todos creemos en nuestra alma, quienes amamos a los animales sin duda, respondimos la pregunta de origen con un estruendoso SI: ellos también la tienen.

Pochaco en su casa de perro

El hermoso Toto

jueves, 16 de agosto de 2007

Nunca es tarde

¡Ay, la niñez! Esa época maravillosa donde no existe noción alguna de conceptos sociales y uno puede correr, jugar, saltar, decir, hacer y deshacer con la licencia que te da la pureza de espíritu, el nulo conocimiento de cosas viles como el ridículo, la pena ajena, la vergüenza social, etc. Se puede decir la verdad más incómoda (también los borrachos lo hacen pero a ellos los censuran), se puede comer un helado con la mayor impaciencia y embarrarse hasta las orejas, se pueden lucir plácidamente las prendas interiores sin importar la marca de origen (ningún niño viborea si el otro trae Huggies o KleenBebé) y si se decide tomar una siesta de 3 horas no sólo no se les juzga, sino que los papás hasta lo celebran. La vida del niño… qué feliz.

Mis visitas a los parques en domingo se remontan a unos cuantos años luz. En ese entonces mis padres nos llevaban a mi hermana y a mi al “Llano”, el parque más tradicional de la capital oaxaqueña que los fines de semana se convertía en una romería. Niños por todas partes, padres persiguiendo a aquellos que se desprendían en pos de alguna aventura, maestros de la pintura aleccionando a infantes que confeccionaban obras de arte no en las cartulinas sino en su ropa, emprendedores en la industria del minicoche y la cultura vial, y todo un mosaico de colores, voces, risas, llantos que son las estampas que no cambian jamás.

Invitada a ser partícipe de las nuevas gracias que mi ahijada Gabriela, alias “La Niñita”, he asistido en calidad de testigo a sus felices interacciones con los personajes comunes de los parques en domingo. Sí. Tal como en el “Llano” de mi infancia, Los Berros tiene al globero, al chicharronero, al miniPYMES automotriz, a los que ríen, a los berrinchudos… Todos están ahí, incluida esa máxima atracción xalapeña que es toda una tradición: El Piojito, un trenecito que rodea el parque llevando alegría por doquier. Pues bien, la Niñita ha desarrollado últimamente un gusto peculiar por este transporte ferroviario y no sé qué le emociona más (y qué me aterra más a mi): si el sonido de la campana que anuncia su llegada, si la música de Cri-Cri mixeada con Tatiana y El chavo del 8, o la presencia de Barney, Mimí y Winnie Poo en cada uno de los vagones.

A insistencia de la doncellita, novel adoratriz de las bolsas de chicharrones, luego de tres vueltas de espera y un coraje radical, mi hermana, la Niñita y yo abordamos el Piojito, ¡Ay bendito! Ella iba como reina del carnaval, a grito pelón para que la botarga morada que no sé por qué le fascina tuviera a bien saludarle, tan feliz como una lombriz mientras yo escondía mi cara detrás de ella, temiendo que mi imagen y mi buen nombre se vieran afectados por la temeraria hazaña de treparme a aquella cosa entre monos de peluche y chamacos chillones. Y si bien, nunca es tarde para hacer un ridículo de semejantes proporciones, tampoco lo es el hecho de sentarse y disfrutar de la sonrisa de una niñita loca que no le teme a nada con tal de ser feliz.




http://chimbombita.blogspot.com

jueves, 9 de agosto de 2007

¿Lo hacemos?

Un chico se acercó presuroso a la ventanilla cuyo letrero superior indicaba el área de Quejas. “Señor, señor, ¿aquí puede uno quejarse?” dijo el muy impaciente. “Por supuesto” le respondió el burócrata. “¡Aayyy!”.

Este chiste, más feo y terrible que un periodo electoral, da fe de la cultura mexicana. Hace unos días escuché por el radio a un periodista fúrico en un noticiario; el hombre se enlazó desde Italia y con todo uso de pasión (y razón) reportaba cómo sus habitantes han dejado atrás un pasado de dictadura política para ser un pueblo que, a base de política pero sobre todo de acción ciudadana, ha conseguido un nivel de vida cotidiana que les permite viajar en un sistema de transporte público que cuenta ¡con aire acondicionado!. Así pues, tras la larga lista el periodista con la vena saltada del enojo, concluyó que México es un país tan conformista que somos nosotros, con nuestra apatía, quienes permitimos que nuestros gobernantes hagan lo que hacen; que los mexicanos jamás exigimos y que, por ende, fomentamos y solapamos la corrupción desde los más altos niveles.

El asunto es que nunca nos quejamos.
Yo creo en parte que este comentario es totalmente cierto. Otra parte de mi opina que sí, los mexicanos sí nos quejamos, pero o no lo hacemos a tiempo, o lo hacemos mal o simplemente escupimos nuestras muinas ante las personas equivocadas.

Mi padre es un hombre muy recto. Él tiene muy claros ciertos conceptos y el de quejar
se está entre ellos. Él reclama si un servicio es malo, si la comida sabe fea, si existe irregularidad en la cuenta del súper. Cuando era niña y nos enfrentábamos ante el hecho de que algo lo contrariaba y ejercía este derecho, los pelos se nos ponían de punta. Yo creía que era nada más la gana de hacer ruido y de hacernos pasar en mayor de los bochornos, hasta que crecí y como suele suceder, supe darle la razón.

Ahora yo asumo esos papeles y mi novio (pobre) es el que sufre de calores cuando algo me encoleriza y lo expreso; hace poco fuimos al cine y noté con profunda consternación que un café que solía tomar comúnmente fue abruptamente retirado. ¿Pero por qué? ¿Quién hace esto? ¡Me voy a quejar!. Y lo hice. Llamé al cine y expuse mi queja. Tal vez no pase nada, tal vez el asunto no haga mella en nadie, pero es válido que se sepa que alguien sufre (de verdad) por la eliminación del Shake en la cafetería.


La cultura de la expresión, de la retroalimentación entre un prestador de servicio y el consumidor está ahí, en los buzones y las líneas 01 800 que vienen en las etiquetas de casi todo y que están a disposición del público en un afán de mejorar. ¿Alguna vez lo han hecho? El asunto es que hay que ejercer el derecho sin tono de bronca, como también el de sí algo nos ha resultado excelente, nos encantó o nos fue de gran utilidad ¿por qué no decirlo? Es como cuando uno se esmera en un trabajo y se emociona al recibir por ello una palabra amable. En esto todo se vale; el asunto es lograr que nuestra voz sirva para mejorar nuestra sociedad.

jueves, 2 de agosto de 2007

Un sitio para el amor

Seguramente ustedes lo han sentido: hay lugares que tienen magia. Sitios específicos, rincones imperceptibles o de increíble magnificencia, el caso es que todos tenemos ese punto especial que, de sólo pisarlo, nos transporta a otros universos, a otros tiempos.

Para muchos de nosotros la escuela resulta el lugar por excelencia si de recordar se trata, sobre todo a los primeros amores. Quien escribe estas líneas es particularmente una sentimental en el tema. Como lo dictan mi signo de tierra y su respectivo ascendente, también terrenal, tiendo a ser una persona de afectos, aferraciones y rituales inamovibles, es por ello que el ejercicio de transportarme a puntos específicos de mi vida visitando esos lugares especiales donde todo sucedió es indispensable, por lo menos, una vez al año. Y es que no importa qué tan bello o espantoso sea ese lugar: si tiene magia, lo tiene todo.

La Feria del Libro es mi evento favorito del verano, una situación que espero con ansia año con año por la sencilla razón de que me permite ingresar con su esplendor, movimiento y color a uno de mis sitios favoritos en todo el mundo: el Colegio Preparatorio de Xalapa, mi Prepa Juárez. Éste es un lugar con historia, con olor a años, con el eco de las risas, con un millón de anécdotas de amor y odio impregnadas en sus paredes, con el conocimiento de los siglos inundando sus aulas.



Fundado en 1843 con el auspicio de Antonio Maria de Rivera, en 1901 el actual edificio albergó uno de los principales colegios, creado para que los jóvenes no tuvieran que emigrar a la capital para recibir una excelente educación media. Con reminiscencias propias de principios del siglo, en el Colegio Preparatorio se aprecian también su hermosísimo Salón de Actos y una maravillosa biblioteca que, de sopetón, transporta tus sentidos a siglos pasados, a historias lejanas.

Son muchas las generaciones que desfilaron por sus aulas; muchos los nombres, los personajes destacados, los maestros; muchos cuyo tránsito ocurrió sin pena ni gloria y otros que le guardamos una secreta adoración. Haber pisado esa escuela ha sido una de las mejores cosas que me han sucedido, por la calidad de amigos que ahí encontré, por la clase de anécdotas que ahí viví, por la cantidad de maravillas que ahí aprendí, por la inmensidad de sentimientos que ahí conocí. Fue algo casual que la primera vez que asistí a una Feria compré un libro (mi pasaporte) al adictivo mundo de los vampiros; fue más casual haber descubierto ahí el canto y la música, fue causal que en sus aulas quedé prendida de mis clases de Historia y Literatura, fue algo casual que ahí, en la Juárez, me enamoré perdidamente de la lectura.

Hay lugares que lo tienen todo y por eso son mágicos. El Colegio Preparatorio es y será un sitio para el amor para los que pasamos, los que están y los que vienen, y, para mí, fue el espacio de mi eterno romance con los libros y el punto de reunión anual con los amigos que hoy, son lo mejor de mi vida.