jueves, 9 de agosto de 2007

¿Lo hacemos?

Un chico se acercó presuroso a la ventanilla cuyo letrero superior indicaba el área de Quejas. “Señor, señor, ¿aquí puede uno quejarse?” dijo el muy impaciente. “Por supuesto” le respondió el burócrata. “¡Aayyy!”.

Este chiste, más feo y terrible que un periodo electoral, da fe de la cultura mexicana. Hace unos días escuché por el radio a un periodista fúrico en un noticiario; el hombre se enlazó desde Italia y con todo uso de pasión (y razón) reportaba cómo sus habitantes han dejado atrás un pasado de dictadura política para ser un pueblo que, a base de política pero sobre todo de acción ciudadana, ha conseguido un nivel de vida cotidiana que les permite viajar en un sistema de transporte público que cuenta ¡con aire acondicionado!. Así pues, tras la larga lista el periodista con la vena saltada del enojo, concluyó que México es un país tan conformista que somos nosotros, con nuestra apatía, quienes permitimos que nuestros gobernantes hagan lo que hacen; que los mexicanos jamás exigimos y que, por ende, fomentamos y solapamos la corrupción desde los más altos niveles.

El asunto es que nunca nos quejamos.
Yo creo en parte que este comentario es totalmente cierto. Otra parte de mi opina que sí, los mexicanos sí nos quejamos, pero o no lo hacemos a tiempo, o lo hacemos mal o simplemente escupimos nuestras muinas ante las personas equivocadas.

Mi padre es un hombre muy recto. Él tiene muy claros ciertos conceptos y el de quejar
se está entre ellos. Él reclama si un servicio es malo, si la comida sabe fea, si existe irregularidad en la cuenta del súper. Cuando era niña y nos enfrentábamos ante el hecho de que algo lo contrariaba y ejercía este derecho, los pelos se nos ponían de punta. Yo creía que era nada más la gana de hacer ruido y de hacernos pasar en mayor de los bochornos, hasta que crecí y como suele suceder, supe darle la razón.

Ahora yo asumo esos papeles y mi novio (pobre) es el que sufre de calores cuando algo me encoleriza y lo expreso; hace poco fuimos al cine y noté con profunda consternación que un café que solía tomar comúnmente fue abruptamente retirado. ¿Pero por qué? ¿Quién hace esto? ¡Me voy a quejar!. Y lo hice. Llamé al cine y expuse mi queja. Tal vez no pase nada, tal vez el asunto no haga mella en nadie, pero es válido que se sepa que alguien sufre (de verdad) por la eliminación del Shake en la cafetería.


La cultura de la expresión, de la retroalimentación entre un prestador de servicio y el consumidor está ahí, en los buzones y las líneas 01 800 que vienen en las etiquetas de casi todo y que están a disposición del público en un afán de mejorar. ¿Alguna vez lo han hecho? El asunto es que hay que ejercer el derecho sin tono de bronca, como también el de sí algo nos ha resultado excelente, nos encantó o nos fue de gran utilidad ¿por qué no decirlo? Es como cuando uno se esmera en un trabajo y se emociona al recibir por ello una palabra amable. En esto todo se vale; el asunto es lograr que nuestra voz sirva para mejorar nuestra sociedad.

1 comentario:

Unknown dijo...

Bien por la columna RA. Seguiré ejerciendo el derecho a quejamrme y como lo dices al final, también estimular al que hace bien las cosas. Diariamente si la comida en Dauzón es de mi agrado, se lo informo a María Luisa la cocinera. El tema de mi tesis de maestría fue el tratamiento de las quejas en el Orfis. Consulté un libro que compré y que se llama LA QUEJA, UN FAVOR. Dice mas o menos que muchas empresas (de otros paises por supuesto) agradecen de sus consumidores porque de a gratis les informa sobre fallas en procesos, productos, colores, sabores, etc. Después si quieres lo lees. Bye