jueves, 16 de agosto de 2007

Nunca es tarde

¡Ay, la niñez! Esa época maravillosa donde no existe noción alguna de conceptos sociales y uno puede correr, jugar, saltar, decir, hacer y deshacer con la licencia que te da la pureza de espíritu, el nulo conocimiento de cosas viles como el ridículo, la pena ajena, la vergüenza social, etc. Se puede decir la verdad más incómoda (también los borrachos lo hacen pero a ellos los censuran), se puede comer un helado con la mayor impaciencia y embarrarse hasta las orejas, se pueden lucir plácidamente las prendas interiores sin importar la marca de origen (ningún niño viborea si el otro trae Huggies o KleenBebé) y si se decide tomar una siesta de 3 horas no sólo no se les juzga, sino que los papás hasta lo celebran. La vida del niño… qué feliz.

Mis visitas a los parques en domingo se remontan a unos cuantos años luz. En ese entonces mis padres nos llevaban a mi hermana y a mi al “Llano”, el parque más tradicional de la capital oaxaqueña que los fines de semana se convertía en una romería. Niños por todas partes, padres persiguiendo a aquellos que se desprendían en pos de alguna aventura, maestros de la pintura aleccionando a infantes que confeccionaban obras de arte no en las cartulinas sino en su ropa, emprendedores en la industria del minicoche y la cultura vial, y todo un mosaico de colores, voces, risas, llantos que son las estampas que no cambian jamás.

Invitada a ser partícipe de las nuevas gracias que mi ahijada Gabriela, alias “La Niñita”, he asistido en calidad de testigo a sus felices interacciones con los personajes comunes de los parques en domingo. Sí. Tal como en el “Llano” de mi infancia, Los Berros tiene al globero, al chicharronero, al miniPYMES automotriz, a los que ríen, a los berrinchudos… Todos están ahí, incluida esa máxima atracción xalapeña que es toda una tradición: El Piojito, un trenecito que rodea el parque llevando alegría por doquier. Pues bien, la Niñita ha desarrollado últimamente un gusto peculiar por este transporte ferroviario y no sé qué le emociona más (y qué me aterra más a mi): si el sonido de la campana que anuncia su llegada, si la música de Cri-Cri mixeada con Tatiana y El chavo del 8, o la presencia de Barney, Mimí y Winnie Poo en cada uno de los vagones.

A insistencia de la doncellita, novel adoratriz de las bolsas de chicharrones, luego de tres vueltas de espera y un coraje radical, mi hermana, la Niñita y yo abordamos el Piojito, ¡Ay bendito! Ella iba como reina del carnaval, a grito pelón para que la botarga morada que no sé por qué le fascina tuviera a bien saludarle, tan feliz como una lombriz mientras yo escondía mi cara detrás de ella, temiendo que mi imagen y mi buen nombre se vieran afectados por la temeraria hazaña de treparme a aquella cosa entre monos de peluche y chamacos chillones. Y si bien, nunca es tarde para hacer un ridículo de semejantes proporciones, tampoco lo es el hecho de sentarse y disfrutar de la sonrisa de una niñita loca que no le teme a nada con tal de ser feliz.




http://chimbombita.blogspot.com

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