jueves, 18 de enero de 2007

Educación sentimental


Gustave Flaubert, escritor francés del siglo XIX, tituló a una de sus más célebres novelas como “La educación sentimental”. En ella, un par de jóvenes amigos van dando cuenta al lector de su vida, de su crecimiento, de sus primeras andanzas por el terreno del amor…

A tantos años de distancia de la aparición de este texto, su nombre ha sido retomado por estudiosos de la sociología, la psicología y la pedagogía para referirse a todas aquellas influencias que desde niños vamos absorbiendo y que van formando nuestro “yo” emocional. O sea que como quien dice, para llegar al punto en el que estamos hoy en materia de sentimientos, debemos echar un ojo a todas esas cosas que nos hacen entender el amor y la amistad tal y como “las ejercemos” en la actualidad. Así pues los padres son los primeros formadores de tales conceptos. Luego vienen las relaciones entre hermanos, amistades y me atrevería a decir que hasta encajan los lazos que hicimos con nuestras primeras mascotas. Pero no todo viene de ahí, y éste es el punto sublime de esta columna.

Este fin de semana el amor de mis amores tuvo a bien cobrarse de manera digamos, “justa”, un acto del pasado donde me demostró que un hombre no pierde nada sometiéndose a un maratón de películas románticas con su noviecita linda. En ese entonces mis algarabías, lágrimas y pasiones pasaron de una a otra entre “Los Puentes de Madison”, “Sintonía de Amor” y “Cómo perder a un hombre en diez días”. Fue maravilloso hasta el pasado domingo, cuando me tocó a mi demostrar mi valor y templanza al acudir a una sala cinematográfica para ver la última entrega (¡bendito el Creador!) de la leyenda del boxeo, Rocky Balboa.

No hablaré de la cara de emoción de todos los varones que inundaron la sala, y mucho menos de todas las novias sumisas ahí presentes entre sudores, gritos gloriosos, música de triunfo, y escenas que, para evitar la risa estrepitosa, ameritaron un muy largo trago de refresco. No. Hablaré de la reflexión que me trajo este ejercicio de ponerme al corriente con un fenómeno de 3 décadas que veo por vez primera, pero sobre todo, de un producto masivo como claro ejemplo de educación sentimental.

Entre el amor de mis amores y yo existen similitudes enormes, pero nuestra educación sentimental es absolutamente distinta. Mientras él aprendió mucho de lo que sabe del romance a través de los cómics, Robotech, guerras galácticas y sobre todo, entre las cuerdas y los gritos de un sujeto ensangrentado que busca a su amada Adrian, yo tengo en mi literatura rosa, mis películas de pasiones intensas, Candy Candy y la desventaja geográfica que me hizo empaparme de las telenovelas, la clara referencia de lo que soy sentimentalmente. ¡Qué distintas maneras de entender el amor! Tan romántico puede parecer besarse en pleno vuelo del Halcón Milenario o levantando el cinturón de campeón como hacerlo debajo de la lluvia o en pleno atardecer… ¿Ven cómo si existe esto de la educación sentimental? Sin duda alguna…

miércoles, 10 de enero de 2007

Múltiples capacidades


Antes que nada, mis muy queridos lectores, los abrazo a todos y cada uno de ustedes muy fuerte, deseándoles un feliz y productivo año 2007. Año impar, por cierto, esperemos que nos pinte lleno de colores alegres, de matices con sus luces y sus sombras (inevitables en la vida), pero siempre con un brillo especial, el de la fuerza, el de la esperanza, el del amor.

Esa es la capacidad de ver el destino de manera positiva. Gran ventaja del ser humano ésa de ser capaz de gozar la felicidad y sorprenderse ante lo más pequeño; esa de ser capaz de expresar la tristeza, la nostalgia; esa de abrazar a un ser querido, esa de admirar a una niña pequeña en su primera Navidad disfrutar (con una inexplicable ilusión) la alegría de una posada y la emoción de ver caer la colación de una piñata.

Pues bien, en una época donde la vorágine de las compras de último minuto nos absorbe dejando de lado la esencia de la natividad y el año nuevo, éstas fechas, también empleadas como un buen pretexto para el relax y la convivencia, me llevaron al sitio indicado, al momento preciso para confirmar mi teoría sobre las múltiples capacidades humanas de expresión.

Explicaré: Según la psicología es imperante para nuestra vida cotidiana encontrar el medio indicado para desahogar tensiones, estrés, angustias y para deshacer alguna que otra telaraña mental. Así, existen catalizadores tales como los estadios de fútbol, las funciones de lucha libre o, incluso, un instante en medio del tráfico pesado. Pero hay otro punto donde las vibras de todo tipo se concentran, donde grandes y chicos se expresan, se divierten, se liberan: los parques de diversiones. En un sitio de estos, amables lectores, descubrí la enorme capacidad humana para gritar.

Gritos en todos tonos, en todos ritmos, en todas intenciones. Femeninos, masculinos, infantiles, ahogados. Gritar es esa fantástica oportunidad de hacer explosión, sobre todo si se acompaña de sensaciones extrasensoriales como treparse a una montaña rusa (y descender de ella) o un juego del estilo pero en menor escala. ¿Es que acaso no han sentido ese extraño placer de dejarlo todo de lado y treparse a un juego que los pone de cabeza, o mojarse hasta los calcetines, saludar a una botarga o reír hasta las lágrimas? Pues todas las personas que se congregan en sitios así lo saben, y aquello, como cualquier templo, es una concentración de energías transformadas, en un lugar donde nadie prohíbe expresarse y donde las gargantas deben ir listas para soltar sus más sonoros y estruendosos ruidos, esos que salen del corazón, de los intestinos, y de todos los recovecos que sienten una emoción de tales proporciones. Es uno de esos agotamientos felices.

Gritar en lo alto de una montaña, gritar en compañía, gritar en soledad o del puro gusto de ver a un ser querido. ¿Hace cuánto que ustedes no lo hacen? Sea cual sea su respuesta, les recomiendo comenzar el 2007 liberando su cuerpo, su alma y su espíritu… Y ¡a arrancar motores!