miércoles, 24 de agosto de 2011

¿En dónde están las respuestas?

Aquí sentada frente a mi computadora, con un pants y mi primer falta escolar del semestre en la conciencia, escucho los ruidos del exterior y me siento como si alguien hubiera olvidado apagar el DVD de la película de acción más taquillera de la temporada. Helicópteros, algunas sirenas, cláxons de padres de familia algo histéricos y el miedo que le zumba a uno en los oídos cual si fuera una oleada de mosquitos infames. No, no está padre vivir con miedo como tampoco lo es pensar que coexistimos en un sitio de guerra, es solo que cuando todo llega así de golpe, no hay forma de explicarle a la mente y al cuerpo que uno debe irse con precauciones, que el simple timbrar de un teléfono no puede hacer la diferencia en tu vida, que las autoridades hacen su trabajo pero que más vale quedarse en casita ya entrada la noche.

No es divertido mencionar la última letra del abecedario sin que ahora se nos desdibuje el rostro; no es grato hacer una película propia, en coautoría con tu imaginación, sobre la premisa del secuestro de un ser querido... al final de cuentas, dicen que a veces imaginarlo es también es una forma de vivirlo.

Quisiera tanto que las respuestas estuvieran en mis más recientes lecturas académicas. Quisiera que Marx y Engels, que De Santos o Giddens o el mismísimo Bourdieu me explicaran porqué los nervios lo traicionan a uno cuando una simple llamada telefónica, procedente de un penal en algún lugar del mundo, puede modificar la salud de una familia completa. Producto del posmodernismo, dirá alguno. Capitalismo al más puro estilo del orden opresor, dirá otro. Resultado de una sociedad que la ciencia no ha alcanzado a estudiar. Yo que sé. Tal vez tiene razón el docto portugués cuando dice que en estos momentos lo fácil es hacer las preguntas, mas no encontrar las respuestas.

No cuestionaré entonces sobre lo que mis mediáticos ojos han visto cuando una maestra de kinder pone pecho-tierra a sus alumnitos distrayéndolos con Barney; no preguntaré sobre las cifras de muertos que aumentan tanto como los precios del súper o la gasolina o la corrupción (irónico, todo se incrementa con la misma facilidad); no dudaré del sistema de gobierno, ni de las autoridades, ni de por qué existen lo mismo "presuntos culpables" que "culpables sin límites"; No... no debo cuestionarme sobre lo que ocurre en los estadios (total, dicen que fue afuera, adentro todo fue paz y armonía y civismo); no debo preguntar porqué ahora los vecinos y la comunidad en general tenemos que invitamos a charlas y conferencias sobre seguridad para que así podamos prevenir a los nuestros. No debo, tampoco imaginar siquiera, que el pretexto de guardarnos a todos por un huracán haya tenido una doble lectura más peligrosa que cualquier fenómeno natural.

Lo que sí me pregunto es... ¿Qué debo hacer yo? ¿Acostumbrarme a vivir así? ¿Pensar que éste es el futuro que les queda a mis adoradas sobrinas? ¿Encerrarme en mi burbuja y hacer como que nada pasa? ¿Esperar otro susto de estos para poner a prueba lo que, a fuerza de golpes y emociones, ya se ha aprendido? No quiero ni imaginar lo que le sucede a las personas que no solo imaginan esto, sino que lo han vivido... Debe ser la más horrenda de las pesadillas, un infierno dantesco (aunque mis maestros digan que esta es la metáfora más fea y cliché del universo).

Llorar no resuelve nada pero si apacigua. Esperar a que la inflamación de mi cara disminuya es mi deseo en cada dosis de chochos que me tomo. Concentrarme y seguir con lo mío, como si nada, debe ser entonces la única respuesta cierta, válida, sincera. Total... ojalá mañana, o un día después de mañana, mi familia y yo nos estemos riendo de esto...

viernes, 8 de julio de 2011

De los dientes a Over the rainbow...

Pasan los años y me temo que he ido perdiendo mi capacidad de observación, esa que tanta felicidad y tantas Policromías me dio alguna vez. He tratado de entender porqué me está ocurriendo esto, y concluyo que tal vez siento una leve pero significativa indiferencia hacia lo que sucede más allá de mi nariz. No sé. Lo terrible del caso es que estoy lo suficientemente harta de solo pensar en mis "ocurrencias" como para todavía darme el lujo de rechazar impunemente ser testigo, aunque sea visual, de las cosas simples, gratuitas, maravillosas que la vida nos regala a cada instante.

Cuán contradictorio es el ser humano... Por una parte los cambios se desean, se planean, se buscan y cuando por fin se logran, a uno le cuesta trabajo aceptar dejar el ayer para vivir lo que con tanto esfuerzo se ha conseguido. Sí, lo digo por mi, pero también por mi amada ahijadita Pelusita 1, antes la Chimbombita, quien a sus 5 años presumía por el mundo ser una niña grande, independiente y casi autosuficiente que soñaba con la idea de mudar de dientes porque eso, obviamente, le daría un estatus más alto de niña-bebé a niña-niña. Ya saben, este afán de las mujeres por sentirnos maduras. Pero ahora que la llegada del ratón es inminente, y que ya está próxima a tener su primera ventana dental, de pronto el asunto la incomoda y prefiere no contárselo a cuanto vecino se le acerque. Como quien dice, si si, pero cuando ya la ve cerca, prefiere decir no. Así mismito ando yo.

Después de dos años de no encontrar la estabilidad en mi vida, me creo lo suficientemente valiente para seguir en esa búsqueda y cruzar todos los obstáculos posibles para dar con mi razón de ser en este extraño valle de lágrimas. Y lo peor de todo, lo cacareo ante cuanto vecino se me acerca. Cuando todo parece indicar que Dios y las luciérnagas de la noche iluminan mi camino y me ponen de frente con mi misión terrenal, el pánico me abruma y se me antoja de pronto ponerle Pausa al dvd y congelar la imagen, que se quede estática al menos unos 2 años más para que acabe de agarrar el ritmo. (Porfis, que alguien con el poder suficiente lo haga por mi...)

Y es que este camino me orilla, una vez más, a cambiar de curso y de lado y de energía todo lo que hasta ahora conocía. El día de ayer renuncié de nueva cuenta a un trabajo (llevo dos en menos de 3 meses); este ritual de sacar cajas y depurar archivos de la computadora y todo eso en vez de motivarme a lo que viene por delante me tiene bastante deprimida; de pronto me di cuenta que lo he dejado todo, TODO, por algo que ni siquiera sé si vaya a perdurar.

Así, de la nada, he dejado de "pertenecer" a todo. En un parpadeo dejé de pertenecerle a alguien, dejé de pertenecer a un gremio, a un sindicato, a un grupo de amigos, a dos trabajos. Así, de la nada, soy una desempleada que vivirá de una beca no imaginada para tratar de sacar 2 años de estudios que, espero, me lleven a algún lado en la vida, quizás ahí, donde las risas caen como gotas de limón encima de las chimeneas... ("Over the rainbow ha vuelto a ser mi opción frecuente cada día).

Estoy frente a mi ventana y prefiero hablar de mis penas que de las cosas divertidas que ocurren allá afuera. En lo que yo escribía esto el plomero se perdió en el abismo, los niños que corrieron alteraron a Tokotina, los gatos se pelearon sobre mi techo, las palomas cantaron insistentes, el sol salió para todos y en general, como siempre, la vida y la naturaleza siguen su curso. Y yo aquí, rumiando mis penas. Esperemos que esto no vuelva a pasar...

martes, 26 de abril de 2011

No todo pasa un 23 de abril (o de cómo decirle adiós a un primer amor)


Como ya lo sabrán mis pocos pero fieles lectores, yo soy mujer de tradiciones y me encanta esto de que las cosas importantes me sucedan en mis propias fechas conmemorativas. Hace algunos cuantos años escribí un post donde relaté la trascendencia del 23 de abril en mi vida, y sugerí que estaba dispuesta a abrazar todo buen momento que coincidiera en tal día. Hasta mi amiga la Chismosa me preguntó la semana pasada qué me depararía en este año la tan importante anotación del calendario… Quizá porque cayó en sábado, quizá porque eran vacaciones… pero aunque lo que viví hoy, el 25 de abril de 2011, es sumamente importante, me temo que voy a hacerle como las abuelitas y le restaré dos días al feliz momento, para que en mi mente imagine que esto también pasó un día 23 de mi segundo mes favorito en el año (el primero es mayo, y se acerca a pasos agigantados).

Con el riesgo de crear mi propio hashtag como las #DulceMariaQuotes (¡no me condenen antes de leer!), debo decir que encuentro una especie de similitud entre el pueblo japonés y mi vida particular. Los japoneses, según las miles de voces que surgieron tras el terremoto de marzo, aseguraban que ya sabían que un acontecimiento natural iba a golpearlos duro; sabían que tenían que estar preparados y sabían que, pasara lo que pasara, su misión como cultura sería limpiar los escombros, seguir adelante, y resurgir como una sociedad valiente, noble, que no se rinde ante sacudidas aún más grandes de lo que pudieron siquiera imaginar.

Yo, por mi parte, desde la mitad de mis veintitantos, comencé a anhelar con especial entusiasmo la llegada de la tercera década de mi vida. Siempre escuché que los 30 eran algo así como la mejor época de toda mujer, que sigues siendo joven pero con más experiencia, que ahora aplicas lo que a los veinte aprendiste, que hasta el cuerpo se moldea diferente y no sé qué tanta cosa más… Así que sin saberlo, secreta y silenciosamente, preparé a mi mente y a mi espíritu a que las cosas grandes de mi vida llegarían en una época completa aunque, así como los japoneses, no sabía lo duro que vendrían las olas ni la fuerza con la que impactarían en mi propio ser.

Así, a los treinta empecé a experimentar todas esas cosas que “nunca me habían pasado”: Nunca había decidido vivir sola, y el gusano picó a los 30; nunca había terminado con mi ex, y terminé con él a los 30; nunca imaginé quedarme con un anillo de compromiso que jamás volveré a usar, y eso sucedió a los 31. Cosas así. Hoy apliqué otro “nunca”, a mis casi 32 años a punto de llegar: nunca había renunciado a un trabajo. Y eso sucedió el día de hoy.

Es la primera vez que imagino que el tipo de relación que entabla uno con su vida laboral se parece muchísimo a una relación sentimental. En el mejor de los casos uno entra a un trabajo emocionado, ilusionado, dispuesto a dejar todo lo mejor y a morir sobre la raya. Uno se esfuerza y a veces el “trabajo” se porta muy bien, correspondiendo a tus esfuerzos con un salario digno y con algunas “prestaciones”, que son como las primeras caricias románticas. Si todo va bien, la relación puede durar muchos años en ese idilio celestial, pero a veces el “trabajo” cambia, y uno también. Y entonces vienen las decepciones, entonces vienen las molestias, la inconformidad, los enojos; durante las peleas, uno es capaz de reprocharle al “trabajo” haberlo dejado todo para que éste cada vez te dé menos, a veces el “trabajo” es celoso y no te deja tener otras opciones, porque demanda tu tiempo, tu atención y tu esfuerzo completo. Te aleja de amigos, te aleja de familia. A veces una u otra parte reprochan falta de atención, falta de cuidado. A veces los jefes cambian y el dinero se acaba. A veces uno se puede poner en el papel de decir que los noviazgos solo existen para detectar lo que te gusta o no de la otra parte, al igual que en la experiencia laboral. Y entonces hay dos opciones: o en alguna de ambas partes cabe la prudencia o simple y sencillamente el noviazgo dura meses, años, siglos, pero ya ninguno es lo suficientemente feliz.

Sí. A veces las relaciones con el “trabajo” pueden ser tan complicadas que la cosa se vuelve poco sana, se vuelve atormentada, pasional, tormentosa. Yo ya no quiero eso en mi vida, y por eso hoy, en común acuerdo, firmé el divorcio para separarme en el mejor de los términos de ese “trabajo” que sinceramente ya me tenía muy infeliz.

Empecé a trabajar haciendo televisión, según la historia oficial, desde marzo de 2003. En aquellas épocas fui todo lo dichosa que podía ser estando en mi primer empleo formal, con compañeros de todas las edades y una jefa con escritorio propio. Desde entonces, así como en una relación, mi “trabajo” trajo a mi vida gente maravillosa, experiencias invaluables, momentos que quedarán ahí, en lo más querido de mi memoria. Sin embargo un tiempo después las cosas se pusieron serias, “trabajo” tuvo actitudes que me incomodaron y decidí darle un nuevo empujón a nuestra relación, así que tomé decisiones y busqué la manera en la que pudiéramos estar de nueva cuenta como en los años lindos de felicidad. Pero entonces “trabajo” y yo tuvimos una pelea muy fuerte, y yo (gracias a la vida sindical, que es algo así como cuando se va uno a casa de la mamá), lo abandoné unos meses, so pretexto de atender asuntos escolares que era imperante resolver (mi titulación). Poco después regresé, pero nada entre “trabajo” y yo volvió a ser igual… Él no cambiaba y dejó de hacer esas cosas que siempre me hacían sonreír. Dejé de hacer mis labores con gusto, porque ahora él imponía las reglas del juego, ya no me dejaba opinar, ya no me permitía echar a volar la imaginación, ya no proponía más, y tampoco era valorado mi esfuerzo… “trabajo” coartó, de muchas formas, mi libertad. Entonces busqué a otro que me hiciera más feliz.

Claro… como en toda relación dañada, no lo dejé del todo, solo intenté tener otra “velita” prendida que me recordara lo especial que soy y lo mucho que todavía podía dar. Y después me salió otro “galán”, que me prometía cosas maravillosas aunque por tiempo limitado, y aquello fue tan tentador que también dije que sí, total, una aventura a nadie se le niega. Por lo tanto abandoné a “trabajo” una vez más, de nueva cuenta, alcahueteada por mamá. Después de un año de separación, él y yo nos reencontramos. Y si, lo intentamos, al menos yo. Pero ahora descubro con tristeza que ya no le intereso mucho a “trabajo”, pues se encuentra en una época de ajuste, de cambios propios, y pese a que yo prometí respetar sus tiempos, me duele mucho estar ahí para él y sentirme ignorada, arrinconada, a sabiendas que él solo cumple con una parte ( la económica)… Ja, como si solo de dinero viviera uno.

En mis adentros lo sabía, sabía que separarme de “trabajo” era lo mejor, aunque la simple idea me helaba los huesos: ¿qué sería de mí sin él? ¿después de él habrá otro que me trate mejor? ¿a dónde se quedarán todos esos buenos momentos que pasamos juntos? ¿conservaremos a las amistades que juntos tuvimos? ¿seré sumisa y seguiré esperando que cambie, o tomo decisiones y lo dejo definitivamente?

Entonces vi pegados unos pósters por todas partes con la información de un programa de Retiro Voluntario donde te dan la oportunidad de salir por tu propio pie, antes de que “trabajo” te diga que ya no formas parte de él. Lo vi, lo pensé, lo medité. Una suerte de divorcio donde te prometen una interesante pensión alimenticia en retribución a los años de entrega y amor. Y aunque de inicio uno no se compromete únicamente por el asunto de la lana (al menos no yo), cuando te ofrecen cantidades interesantes se vale al menos tomarse la molestia de pensarlo. Y entonces alguien cedió, y yo acepté.

Aunque mi relación laboral con el primer trabajo serio de mi vida terminará oficialmente el viernes 29 de abril, yo firmé un lunes 25, que es como si fuera el 23 pero eso nadie más lo sabrá.

De verdad lo pensé mucho. De verdad me muero de miedo, aunque mi “velita” prendida ha resultado ser el amante perfecto: comprensivo, cálido, generoso, que me ha brindado oportunidades que ni soñando pude tener con el primero… pero… pero no es “Él”. Ni modo, el mundo es de los valientes y estoy dispuesta a tirarme al vacío, con el riesgo de terminar lastimada y llena de moretones, aunque, como me lo dijo una de las mejores personas que “trabajo” me heredó, todo depende de cómo vea el color de mis heridas: pueden ser el morado más tétrico del mundo, o pueden ser como las hermosas jacarandas, moradas, hermosas, orgullosa de su propio ser.

Hoy, 25 de abril, termina “extraoficialmente” la historia de mi vida con Radiotelevisión de Veracruz. Agradezco infinitamente a toda la gente maravillosa que conocí, a todos los que me ofrecieron su amistad, su cariño, su confianza; a todos los que fueron compartidos en su enseñanza, en sus risas, en sus chistes, en su tiempo. A todos aquellos que me enseñaron la magia de hacer televisión y lo injusto que puede ser este trabajo (invertir semanas enteras en un programa efímero de 30 minutos, que a veces nadie más volverá a ver); a todos los que me enseñaron lo que no quiero ser, lo que no me gusta, lo que no es entregarse, lo que es vivir al margen de la burocracia con la que no estoy completamente de acuerdo.

A todos aquellos que por alguna extraña razón me tienen entre sus afectos, a los que me abrazaron y a los que me ignoraron, a los que estuvieron y ahora vuelan en rumbos muy distintos, incluso hasta los que de vez en cuando me lanzaban una flor. A los que confiaron en mí y supieron que mi desempeño fue, durante todos estos años, el único que habló por mí. A ti, que compartiste también tu primera historia laboral conmigo, con tus emociones y tus desengaños…

A todos los que durante 7 años fueron mi cotidianidad, a toda la gente que ahí labora, a los que son felices, a los que no pueden “despegarse” de esa malvada adicción que es la televisión (verla, hacerla, vivirla)… Gracias. Muchísimas gracias por estar ahí, por ser parte de mi corazón, de mi vida, de mis recuerdos. Gracias por todo… por todo.

jueves, 14 de abril de 2011

Otra mas de lios domésticos...


Hay un capítulo de los Simpson que particularmente me puede encantar; independientemente del jocoso tema donde Homero decide entrar a una escuela de payasos puesta por Krusty, quien tenía serios problemas económicos, es justamente la actitud de este nada gracioso personaje lo que me ahoga de risa, sobre todo cuando su contador le explica cuán mal están sus finanzas y éste solo piensa en comer tortillas de huevo de cóndor. Y es que ya, en el colmo de su descaro y de su poco interés por recordar que anda en números rojos, le da dinero a uno de sus asistentes mientras le dice con tono mandón: "Mi casa está sucia, ¡Cómprame otra!"

¿Cuántos no quisiéramos decir lo mismo en esta vida? Yo sí, y más ahora que mi señor asistente doméstico, (al que prefiero nombrar mayordomo) ha decidido abandonarme a mi suerte, así, sin más.

Temo que me está pasando lo mismo que a mi madre cuando se juyó doña Virginia (la señora que planchaba) y doña Delfis (era Delfina pero pos le agarramos cariño), a quien yo agradecía que fuera cada viernes a limpiar aquella noble casa en la que vivíamos, pero sinceramente la aborrecía cuando entraba a mi cuarto, porque a la hora de sacudir desacomodaba prácticamente todo mi espacio, y eso la verdad me sacaba canas verdes de la muina... ¡y tenía solamente 10 años!

Yo sospecho que como mi madre ya había tenido esos y algunos otros traumas con el servicio doméstico, decidió con voz e intención contundentes que si Diosito le había mandado hijas a este mundo era para enseñarles los quehaceres de la casa, y enfundada en sus métodos educativos cuyo eslogan era "Sean unas niñas ACOMEDIDAS", nos ponía todos los sábados a sacar nuestras mejores fachas y a repartir las divertidas actividades entre tres pubertas medio flojas y quizá bastante ociosas. Entonces, como las hadas madrinas de la Bella Durmiente, una sacudía, otra aspiraba, otra lavaba baños... al ritmo de "que no quede huella que no que no", aquel espectáculo era entre jocoso y agónico. Al final, la señora de la casa resultaba la única con ventajas claras sobre nosotras, pues lograba que al final del día su casa estuviera rechinando de limpia, y, satisfecha, nos salía con el cuento de que "para saber mandar hay que saber hacer", como aguarándonos las esperanzas de que algún día vendría a nuestro rescate alguna buena alma entusiasta y comprometida con esas causas laborales.

Así mis hermanas emprendieron su vuelo, y cuando ya no quedaron ganas para hacerlo ella, mi madre por fin decidió contratar a alguien. Ya pa qué. Bueno… siempre fue grato conocer a don Panchito, que iba tan feliz siempre a limpiar el cochinero, enfundado en sus bototas de plástico grueso. ¡Ay don Panchito, qué hueco nos dejó en el alma cuando se fue y nunca volvió!… Snif.

Cuando agarré mis chivas y me asumí como dueña y señora de mi propio hogar, llegué con la inocente idea de que jugar “a la casita” implicaba también echarme en hombros las labores propias de limpieza y mantenimiento. Y entonces las primeras limpiezas de esa bonita casa de Pitufos y Tokotinas fueron una cosa intensa, tanto como solía hacer el aseo de mi propia recámara (eso sí, fuera quien fuera a hacer el quehacer, solo YO sabía los cochineros de mi espacio y solo YO los limpiaba, ¿okei?). Aquí la cosa se magnificaba, porque era limpiar no solo baño o tocador, sino cocina, sala, comedor, chimenea y, cuando llegó a mi vida, hasta las gracias de la perrita… ¡¡¡uf!!!

Entonces fue mi propia madre, la misma que había formado niñas acomedidas que cabían en todo lugar, quien me sugirió buscara a alguien que me auxiliara con aquellos menesteres. Al principio, la verdad, hasta me indigné. ¿Cómo alguien más limpiaría MI casa? Pero cuando llegó don Pepe todo se volvió color de rosa, de una vida hermosa.

Todos éramos felices con él: la mugre, las arañas, Tokotina y yo. Éste hombre está como diseñado para aguantar pianos y balas. Lo mismo me limpia el refrigerador con todo y las nuevas formas de vida que ahí se gestan (ya saben, algunas verduritas que ahí se aguardan durante unos cuantos meses), lo mismo saca la basura que aspira la alfombra retacada de pelos de mi amadísima mascotita… No bueno, solo él y Superman en el mismo nivel. Hasta ese triste día…

Él llegó por la mañana, yo lo saludé. Le dejé su desayuno, me despedí, agarré mis chivas y me fui, como me salgo todos los días de casa. Arranqué el coche y hasta le avisé que posiblemente iría al súper y regresaría con toda la compra. Pero no. Primero aprovechamos para celebrar el cumpleaños de mi señor padre, comimos, celebramos, regresamos a la casa materna y tipo las 6 de la tarde sentí como esas comezones de una siesta y caí rendida a los brazos de Morfeo.

Por allá de las 7 y media que abrí nuevamente el ojo, supe la otra historia del día: al llegar a la casa, mi madre detectó una llamada perdida que venía desde el número de mi casa. Ella llamó y nada. Entonces recordó a don Pepe y le llamó a su celular. ¡Oh, fatal noticia! Resulta que la dueña de la casa, o sea yo, salí justamente como salgo todos los días de casa, y estúpidamente, lo dejé encerrado bajo llave, acotando que jamás le he dado un juego al infeliz personaje. Y entonces le dieron las 10 y las 11, las 12 la 1 las 2 y las 3 y cuando ya se tenía que ir, pues nada, nomás no pudo abrir. Intentó llamar a mi celular, y se quedó sin crédito, intentó llamar desde mi teléfono, y resulta que mi aparato en casa estaba descompuesto y tampoco sacaba llamadas. Solo alcanzó a marcar y a timbrar algunas veces, luego nadie contestó y no pudo volver a intentarlo. Entonces, tipo a las 6, mi madre encontró la llamada perdida y cuando el pobre Don Pepe, atrapado en las cuatro paredes de esa casa de Pitufos y Tokotinas, le explicó lo sucedido, mi abnegada y buena progenitora fue a su rescate y lo llevó hasta su casa. Al escuchar aquel relato ya no supe si reír o llorar.

Desde entonces nada fue igual (tono dramático, línea con música de fondo y voz quebrada, como de Libertad Lamarque). Aunque Don Pepe seguía llendo a hacer lo suyo, yo sentía una vergüenza enorme por tan tremendo descuido. Juré que jamás me volvería a pasar. Y si… ya no me ha pasado, ¡porque don Pepe ya no ha ido!

Han pasado algunas semanas desde su partida, y yo estoy tan desesperada como Krusty rogándole a la vida una casa nueva porque la mía no está sucia, está PUERQUÍSIMA. Y entenderán que uno que vive como personaje de película de Pedro Infante, con dos trabajos, actividad en el gimnasio, una perra liosa y una vida por vivir, no se da el tiempo requerido para esos menesteres que demandan altísimo nivel de meticulosidad y, sobre todo, de valor.

Llamaré este fin de semana, a ver qué se puede hacer. Llamaré, me humillaré, me arrastraré si es necesario, lloraré en el más estricto de los sentidos, y haré todo lo posible porque vuelva, Me arrojaré a sus botas de plástico, como estuve dispuesta a hacer con Don Panchito antes de que se fuera. Lo haré todo, pero no limpiar. Antes muerta que sencilla.

Estaré reportando cualquier novedad. Si ven que no doy señales de vida en algún tiempo, seguramente habré sido víctima de abandono de hogar, y no tuve otro remedio más que limpiar a conciencia aquel cochinero en el que hoy cohabitamos los bichos y yo. En tal caso, por favor, rescátenme no con picos y palas, sino con escobas y sacudidores. Es cuanto.


sábado, 2 de abril de 2011

Palabras sueltas II

Tesis. Retos. Escuela (again). Nostalgia. Soledad. Disfrute. Ejercicio urgente. Dios. Hola. Empezar de nuevo. Espera. Amigos. Mente. Terror. Autoconfianza (no muy presente). Seguridad (tampoco presente). Un "tú" inexistente. Ciclos terminados. Raquel.

domingo, 20 de marzo de 2011

El efecto de la caballerosidad en una dama

Pude haber titulado esta columna de 1200 formas diferentes, pero este título, sugerido por un conocedor de la materia, le dio al clavo más atinado con el cuál comenzaré el relato de mi divertida, sufrida y bastante liosa experiencia con un personaje destacado de nuestra sociedad, y demás secuaces.

Sin duda alguna la ignorancia es temeraria (cito a otra conocedora de la materia). Cuando fui a pedir trabajo a la Universidad Veracruzana nunca imaginé que meses después mi jefa me preguntaría “¿Quieres asistirme en la Coordinación de la Cátedra Carlos Fuentes?”, a lo cual yo di un si inmediato, sin dudas, cargado de ilusiones, casi como el que se da en la iglesia cuando uno se va a matrimoniar (me han contado). Ese “sí”, me repetía entonces a mí misma, “me traerá la oportunidad de un contrato, pero también de aprendizaje, y conectes, y mucha experiencia”… Aaaaahhhhh, pero qué ingenua era yo en esos días. Exactamente como cuando uno se casa (me han contado), se llega después de haber dado el sí para conocer lo que realmente es un matrimonio: lavar ropa, atender casa, diferencias con el cónyuge por el control remoto o la lucha encarnizada por el mismo lado de la cama para dormir… Pues así yo también con el paso del tiempo, padecí en toda la extensión de la palabra las consecuencias de haber dado el Sí a tan lustroso e importante evento.

Y es que la vida es como muy extraña. Mi “relación” con destacado intelectual de la letra y la cultura nunca ha sido la mejor. Con el riesgo de ser abucheada o apaleada –virtualmente- debo confesar que nomás no acabo de entenderle a la literatura del señor Fuentes. Simplemente se me hace complicado leer sus textos, y su ficción no es lo mejor que me ha pasado en la vida; aunque he leído poco de él, no se me antoja hacerlo más (he dicho). Eso sí, puedo presumir que el señor Fuentes y yo tenemos un gran amigo en común: Milan Kundera. Bueno, claro, ejem, ejem, cof cof… nuestra amistad la han creado sus palabras y pensamientos que por tantos años he adorado y subrayado en mis libros… y Fuentes… bueno… él sí lo ha podido ver en vivo y en directo (ardo en envidia); es más, uno de los libros de mi adorado Kundera narra en su prólogo la visita que hace muchas primaveras le hicieron Fuentes, García Márquez y Cortázar al viejo continente. ¿Algo en común debíamos tener, no?

Contando además con que mis relaciones con todos los nacidos bajo el signo de Escorpión son tan frecuentes y tan intensas (probado y comprobado ante notario), mi historia con el señor Fuentes no podía pasar desapercibida ni ser de otra manera. Hace un par de años quizá, tan malpuesta estaba yo en mi trabajo televisivo que me vieron sin mucho quehacer y me dijeron “A ver niña, te toca hacerla de paparazzi malvado y seguir a Carlos Fuentes a todo lugar a donde vaya en su visita a Veracruz, para realizar una memoria” (no cité textual pero lo que mi jefe quiso decir fue muy parecido a eso). Y al día siguiente ya estaba yo en el hotel donde se hospedaría, y el camarógrafo y yo sufrimos las de Caín para que nos entendieran que no queríamos una entrevista, sino grabar sus momentos más lindos y románticos en nuestro estado para entregárselo después al gobernador en turno.

Desde aquella ocasión me impresioné mucho por darme cuenta que con todo aquel nombre y prestigio que tiene, el señor Fuentes viaja ligero: solo él y su alma. Yo esperaba un asistente, o mínimo un guardaespaldas o algo similar, pero no. Eran él y su maleta. Quienes en aquel momento nos la hicieron de jamón fueron las “personalidades” que aquí lo atendieron, que difícilmente nos dejaron hacer bien nuestro trabajo. Pero lo hicimos, y nos tocó toda la pompa y circunstancia que se le había preparado, desde la entrega de una medalla en el congreso local, hasta la comida en una linda hacienda, la puesta en escena de la obra que escribió y demás persecuciones en distintos puntos del estado. Y, como cereza del pastel, la edición inmediata de todo ese material que me tuvo por lo menos un día entero sin dormir.

Bonitos, hermosos recuerdos tenía entonces de tan destacado personaje. Nadie imaginaría que después, cual perverso guión de película de suspenso, volvería a topármelo cara a cara.

Todo el bonito evento organizado por la Universidad estaba programado para el mes de noviembre del año pasado, aunque una actividad en particular se realizaría en octubre. Lo de aquí serían la Cátedra y un coloquio al que el mismo Fuentes convocó con motivo de las festividades centenarias. Sonaba bonito, sonaba interesante, sonaba muy importante.

A la hora del reparto de trabajo, miré con ojos de sapo lo que mi jefa me había comunicado: “te tocará contactar a todos los invitados, y verificar sus necesidades de viaje y hospedaje”. ¡Y yo que tanto le rehuí a las RP (Relaciones Públicas)! Vaya, si de chica sufría y sudaba poderosamente cuando mi papá me hacía pedir la cuenta en un restaurante, o cuando me pedía que lo comunicara por teléfono con alguna persona… ¿Cómo me pedían a mí hacerla de RP con tremendas personalidades? Ni pexcilindro. Pa qué dije que sí.

El año pasado todo fue confuso y oscuro. Desde los constantes cambios de fecha del evento, hasta su total cancelación una semana antes de que todo ocurriera. Desde malos entendidos con algunas entidades relacionadas a los eventos como el viaje relámpago de un personaje que hizo un recorrido largo e innecesario por un mero error de logística. Todo aderezado con mi silvestre inexperiencia en toda esta materia. Era como si del otro lado de la pantalla el personaje del Diablito de Eugenio Derbéz estuviera muerto de la risa ante cada eventualidad que nos ponía y que debíamos esquivar. Chale. La peor noticia fue que este evento quedaría pendiente, tentativamente para el mes de marzo de 2011. Chale y rechale.

Por allá de enero mi jefa y yo nos enteramos que era oficial, y que el señor Fuentes determinó el 10 de marzo como la fecha oficial. Para entonces, no era solo el mal recuerdo que tuve con mi experiencia de paparazzi persiguiéndolo cual si fuera LadyDi, sino todo el rencor almacenado por tanta cancelación anterior lo que hicieron que esa fecha me ardiera en las venas cada que la mencionaba. Aun así la organización del evento arrancó de nuevo, y mi jefa en su papel de Coordinadora y yo, de su sonriente asistente, retomamos nuestro trabajo al respecto.

El infierno que se vivió desde entonces, solo puede ser descrito con palabras ajenas, con las mismas que León Felipe le escribió a Dante Alighieri al hacer referencia a su propia obra: “… y aquello vuestro de la Divina Comedia, fue una divertida historia de música y de turismo. ¡Esto es otra cosa!”. Y vaya que lo fue.

Desde el poner de acuerdo a muchas personas, coordinar las agendas de muchos de los involucrados (divas, pseudo divas, aprendices de divas, disque divas), lidiar con el carnaval que nos atravesó en pleno evento y hasta el encontrarme al némesis de la temporada, esa antagonista fatal que no puede faltar en todo melodrama que se precie de serlo… Para no violar ningún sentimiento ni derecho de autor, llamaré a esta terrible kriptonita como RPérez. El diablo mismo vestido de administradora.

Por un terrible error del lenguaje se creó un malentendido donde yo tenía muy claras sus funciones en nuestro bonito evento pero ella desconocía las mías. Bueno no, no es que las desconociera, simplemente infirió que nosotros organizamos el evento, no que lo coordinábamos. Y no me dejarán mentir, hasta la RAE sabe que entre un término y otro hay un mundo de diferencia. Con este asunto así de confuso y polvoriento, mi relación con RPérez fue mala desde el principio, y simplemente nos caímos mal a pesar de que teníamos que tratar unas 12 veces al día por teléfono y correo electrónico. Cabe aclarar que tardamos muchísimo en darnos cuenta de esta confusión terrible.

No es que a mí me encante andar buscando enemigos en el mundo para andarles haciendo la vida imposible, no señor; no hay persona más debilucha y algo tonta en el mundo laboral que yo. Si alguien me grita o me contesta feo, yo prefiero quedarme callada y hacer mis corajes en privado que defenderme (cuando es el caso), y desafortunadamente por ese tipo de reacción de mi parte me han amedrentado algunas veces, cosa que mi hígado reclama enfurecido. Nomás no agarro valor para pelear por mis derechos ante autoridades… Vaya cosa. Así pues, RPérez, ensimismada en su idea de que yo estaba organizando este numerito, se tomó atribuciones tales como desesperarse e incluso regañarme por cosas que, según sus chuecos criterios, yo tenía que resolver. Y yo, muy segura de que estaba haciendo cosas que no me correspondían, solo hacía mis muinas en lo oscurito y terminaba por realizar todo lo que aquella no quería hacer. Así de mensa.

Cercana la fecha del evento todo era un caos: mi enemistad con RPérez, los constantes cambios en la agenda del evento, las llamadas, las confirmaciones, la logística… Mi único consuelo era “nombre, de esto vas a aprender haaarto”… Chale. Pero mi papel no sólo era eso. Al momento del evento, según las instrucciones de mi jefa, yo tendría que atender a los invitados, ir por algunos de ellos al aeropuerto, estar cercana a ellos para lo que se les ofreciera, acompañarlos, estar al pendiente… Cual bonita dama de compañía o rimbombante objeto decorativo, cuestión de enfoques. Al menos no lo viví solita ¿Qué hubiera sido de mi sin Marisol? Al menos el bochorno de esperar con letrero en mano a los destacados invitados en el Aeropuerto fue compartido, y la recepción del Loco Valdés en el restaurante del DF donde fue el evento (él no iba a eso, pero a punto estuvimos de invitarlo a la reunión) resultaron detalles divertidísimos que agradezco a la vida haberlos vivido con ella.

Y es que desafortunadamente, así como RPérez, muchas personas involucradas dieron por hecho que estábamos ahí en calidad de organizadoras, así que hasta la gente de “apoyo” se sentó en sus laureles, mientras mi jefa, Marisol y yo apagábamos los fuegos que se prendían en todas partes, eso sí, siempre relucientes, de tacón y pantimedia. Antes muertas que sencillas.

Obviamente para mí el momento catártico de la historia era toparme cara a cara con el señor Fuentes, el causante de todo aquel embrollo. Eran tales mis berrinches, que hasta valoré en secreto la oportunidad que tendría de estar tan cerca de él para cometer algún “crimen perfecto”, aprovechando que de nueva cuenta viajaría sin asistentes ni guaruras, solos él y su maleta… ¡eran tantas las opciones! Desde meterle el pie hasta llevarle un refresco con pica pica, o aventarle un moco mientras caminaba, o ponerle en su silla un cojín de broma (de esos pedorros… ¡hubiera sido un éxito!) Con ello vengaría mi desvelo del pasado, los traumas con mi kriptonita administrativa tan cuadrada como una caja, mi colitis renacida y hasta el hecho de que la pobre Tokotina tuvo que quedarse en la pensión una semana mientras su mamá andaba de gira artística atendiendo a tan destacadas personalidades.

Entonces lo vi de nuevo, y ante mi sorpresa, admití que comparado con toda la jauría de divas que acababan de pasar frente a mi sin siquiera decir “buenas tardes”, él fue el único de todos que llegó y con toda la cortesía del mundo me extendió la mano y me saludó cordialmente. El efecto de la caballerosidad en una dama. Fue entonces que lo supe: podrá ser la diva más diva, podrá ser berrinchudo como niñito de 3 años frente a la heladería, pero la educación es algo que nomás no se hurta, se trae. Diablos. Toda mi intriga se deshizo cuando comparé a esos hombres de negocios y de letras destacados que ni las gracias dieron, con él, que al menos tiene la cortesía de saludar de mano a la gente que trabaja para su causa. Auch.

Después de una semana de vivir con los privilegios de las altas esferas, y obviamente, de padecer todos los traumas laborales que hay detrás de tales privilegios, el evento por fin tuvo lugar y así, en un parpadeo, todo terminó, con sus respectivos incendios que de nueva cuenta, fueron apagados por mi jefa y su cansadísima bombera asistente que corría en tacones de un lugar a otro. Claro… como en el beisbol, esto no se acaba hasta que se acaba, y a casi dos semanas de todo el torbellino aún seguimos viviendo las resacas de lo que un evento de tales dimensiones puede acarrear.

El saldo, en mi perspectiva personal, es que así como lo vaticiné al inicio tuve aprendizajes buenos, enormes, impresionantes, en aspectos laborales como las Relaciones Públicas que jamás pensé tener. Y el tratar con gente importante. Y el conocer la vida “nice”. Y que el mismo Fuentes supiera mi nombre y tras varios días de verme me saludara reconociéndome. Y, además, aprendí a hacerle caso a mi hígado y toda vez que el trato con RPérez me resultó innecesario, le gritonié por teléfono mi hartazgo con respecto a su comportamiento (bien mala ella), pero además también me di el lujo de cacharla 2 veces cuando hablaba mal de mí en su oficina, (pobre tipita) y, sobre todo, que en algún momento de la vida su jefe la regañará por andar suponiendo que ella tenía razón respecto a mi papel en tal evento. Ja jaaa. Me rio como Nelson.

Pero lo más importante que aprendí es que el trabajo dignifica y hacerlo bien te da respeto, y eso, nadie, nadie te lo regala jamás. No me arrepentiré nunca de haber dado ese sí ingenuo y envalentonado. Esto fue reto que cumplí porque soy chingona y porque, además de todo, descubrí que soy una dama que aprecia las pequeñas y sutiles muestras de caballerosidad, esa que aún existe por ahí, en nuestros días, y que son capaces de "perdonar" cualquier texto o novela que ante mis ojos podría ser una terrible aberración del destino. Así de fuerte.

lunes, 7 de febrero de 2011

¿Qué haría Galilea Montijo?


Cómo recuerdo aquellos días de mi infancia donde juntaba a todas mis muñecas y muñecos (así, a lo Fox), los acomodaba en puntos estratégicos de mi recámara, y haciendo despliegue de la colección de vajillas de plástico y tupperware, jugaba felizmente a que todos aquellos peluches eran los hijos que me daban mucha lata mientras yo cocinaba la cena esperando a su padre (de identidad desconocida) para convivir como una feliz y un poco numerosa familia. Jugar a la casita era una cosa realmente divertida, pero desafortunadamente para mí, fue algo que aprendí a jugar en solitario. Solos mis peluches, mis trastes y yo. Qué ironía.

Muchas, muchas primaveras después, aprendí que podía seguir jugando a la casita con vajillas reales (herencias maternas) y peluches de a deveras (Tokotina no es precisamente un juguetito que se quede quieto si así se lo ordeno). Tal como lo hice de niña, ahora hago como que cocino, hago como que lavo trastes, hago como que tiendo mi cama y también, hago como que espero al hombre de la casa, cosa que nunca, como entonces, sucede.

En mi bonito y muy esperado día de asueto constitucional, encontré un programa donde se ponía al debate el asunto de las mujeres “de 30 y solteras”… sin mencionar lo divertida que es Fernanda Tapia hasta para estos enjuagues, me encantó el hecho de que esta condición social a la que pertenecemos una gran parte de la población femenina (quizá nacional, quizá mundial), fuera comentada con la seriedad y el desparpajo que el tema amerita: que si nos pesa, que si la presión familiar es más grande, que si todas las amigas están casadas y una no, que si es el momento de hacer y deshacer solo por el placer que esto provoca, que si de verdad le tememos al compromiso, que si queremos ser madres o preferimos asumir una maternidad en solitario… Caray. Cuántas y cuántas ramificaciones de un asunto que a los ojos de las abuelitas, es como una cosa del mismísimo diablo: mujeres solas… ¡Bah!

Dentro de todo lo que mencionaron yo sentí no identificarme del todo con un concepto en especial, salvo cuando la actriz Mónica Dione, dijo como parte de su testimonio de vida que en realidad lo que ella desea es tener esa sensación de complicidad, de equipo, con una pareja. No más. Y es que eso sucede cuando afortunadamente una nace dentro de un matrimonio estable, de lucha, que ha aprendido que la convivencia fortalece el equipo, que las épocas malas son parte del estar juntos… Eso pasa cuando una, en el más literal de los sentidos, es educada para ser una gran mujer, una gran mujer capaz de ser una gran pareja para cualquier hombre. Yo he detectado que esa es mi vocación: ser la pareja de alguien, ser la compañera de alguien, ser el cómplice de alguien, ser la parte simétrica de una jugosa y apetitosa naranja.

Durante el programa la psicóloga y sexóloga española Silvia Olmedo (también en este rubro de treintañeras solitarias), expuso un común denominador que conoce gracias a sus pacientes o a los correos electrónicos y redes sociales: las mujeres de 30, solteras, con profesión y perspectivas, le damos un pánico atroz a la contraparte masculina de la misma edad. Y eso, sospecho, es mucho más real que cualquier otra cosa. Y eso, también, es mucho más doloroso que cualquier otra cosa. ¿Cómo es posible que obtener logros en el trabajo sea un delito que se pague con el miedo? ¿Cómo es posible que actividades que a una le producen orgullo sin igual, como aprender a sobrevivir en una casa sola, resolver los problemas de los gastos, y aprender a atender asuntos tan poco agradables de cables y fierros puedan parecer para ellos un inminente peligro que atente contra su virilidad? ¿Cómo puede suceder eso cuando una busca aprender de la mano de alguien como tú, cosa que no sucedería con un hombre mayor y mucho menos con un menor que tampoco está dispuesto a “perder su valiosísima libertad”?

No sé si debo replantearme seriamente la idea de seguir luchando en pos de mi vocación recientemente aceptada, o si de plano debo aprender a ser feliz así, sin hijos, sin responsabilidades, entendiendo que tampoco la vida en pareja es lo más maravilloso del mundo (también pululan los casos de fracasos matrimoniales), comprendiendo que las amas de casa, que se parten en 40 partes diferentes darían su reino entero por un minuto de vida en solitario, como la mía; explorando y explotando planes de vida (que en mi caso son muchos), sin dejar de sentir nostalgia ante cada noticia de boda o bebé que mi facebook anuncia casi cotidianamente.

Pero un punto que olvidaron tratar, o tal vez porque será motivo de otro debate que según mi madre también ocurrió hace poco en un espacio televisivo, es el qué hacer cuando una se queda con alguna valiosa joya que antaño significó una promesa de compromiso, y que al final terminó guardada en una caja, refundida en el más lejano y oscuro cajón. Eso también es parte del manual que en el siglo XXI debería escribir alguna exitosa mujer: Capítulo 1.- ¿qué hacer cuando la vocación se trunca ante hombres sin sensibilidad?; Capítulo 2.- ¿Qué hacer cuando por esa falta de sensibilidad una empieza a coleccionar anillos de compromiso?

¿Es acaso políticamente correcto que, si el compromiso se rompe, la joya sea devuelta? ¿Es acaso asquerosamente materialista quedarte con él, empeñarlo y gastarte ese dinero en ropa y lencería solo para el disfrute meramente personal? ¿Se vale devolverlo sin que eso signifique una ardides pura y vil? ¿Qué haría Galilea Montijo al respecto? Recién me enteré que esta estrella de la nota rosa, reconocida novia fugitiva, experta en estos melodramáticos trances, acaba de acumular a su colección un anillo más y, como suele provocarme de pronto la farándula, me dio una especie de alivio por saber que hasta las famosas padecen las situaciones normales del vulgo mortal.

Es tan urgente que surja una mujer “Carreño” que redacte un manual que puedan obsequiar todos los hospitales cada que nace una niña en este mundo, (para que entiendan que el “valle de lágrimas” posmoderno tiene tantas complejidades como riquezas), como urgentes muchos aspectos de educación elemental que apremia nuestra sociedad ante casos como éstos o como todos los que día con día alimentan los noticiarios y redes sociales… todo eso que ocurre “mientras usted duerme”.

Cuántas, cuántas preguntas sin respuesta…


Pd. Solo olvidé mencionar que en el programa de hoy de "Diálogos en confianza", dijeron una gran verdad ante este tema: también las mujeres solteras, de 30 o más, podemos ser felices tal y como estamos ahora. Así, sin más.