miércoles, 21 de julio de 2004

De que las hay, las hay

Aviso: Algunas de estas palabras han sido escritas en un profundo estado de ira y enojo. Es por ello que todo lo dicho se considera absolutamente válido y, sobre todo, verídico.

Era un día feliz. La mañana alegre, los pajarillos cantando, en el aire se colaban las risas infantiles, de esas que anuncian que el verano ya está aquí. Kittotta se preparaba para una jornada laboral más, siempre de buenas, siempre sonriente… ¡nada podía empañar su dicha! Sin embargo, sucedió. Ante el irreversible hecho de no poseer independencia en ciertos aspectos administrativos, tales como la impresión de documentos o las llamadas telefónicas, Kittotta se vio en la necesidad de solicitar una urgente marcación a cierto número de celular. Así que acudió al temible escritorio de La Secretaria, una de esas mujeres, como tantas y tantas que existen en el mundo, que sabedoras de su poder al teclear unos cuantos numerillos, le hacen a uno la vida de cuadritos, cachitos, añicos si así lo desea su real gana. La señora, visiblemente ocupada en el arte del chisme laboral y el incesante movimiento de hojas cuyo contenido posiblemente desconoce, tomó aquel vale aceptado de llamadas telefónicas (ritual por el que se debe pasar si no se es jefe), y expresó que en pocos minutos realizaría el urgente telefonema.

Kittotta se fue a su changarro, esperando que su extensión sonara con el interlocutor deseado al otro lado de la línea… minutos fueron, minutos vinieron. Kittotta se puso de pie y acudió personalmente al citado escritorio para saber qué había sucedido. “Está fuera del área de servicio” dijo ella. “Al rato vuelvo a marcar”. Pero ese “al rato” jamás sucedió. Tres veces Kittotta repitió la misma operación sin obtener éxito alguno. “Sigue fuera de servicio”… Casualmente, cuando alguien más marcó de otro celular, la llamada entró de manera inmediata y todo llegó a un feliz término (luego de un coraje que dejó a Kittotta haciendo sus ejercicios de respiración evitando algún colapso nervioso).

Por razones como esta, hay miles de secretarias en el mundo que son plenamente odiadas. Si, lo sé. Yo soy una de esas personas que aliento a la maldad femenina e incluso la celebro, pero cuando las cosas de trabajo llegan a terrenos personales, el mundo rosa en el que he vivido donde todos se toman las manos y entonan alegres canciones, simplemente se derrumba con iracunda sobrecarga.

Ante el paso del mercadotécnico “Día de la Secretaria”, reconozco que no vale la pena pensar en tales vilezas de las que seguramente todos hemos sido víctimas. Prefiero traer al papel y a mi mente (y con ellos hacer un mini homenaje) a las mujeres, a las secretarias, que entregadas en cuerpo y alma a su noble quehacer me evocan olores de lápices recién afilados, sonidos incesantes de máquinas de escribir, aroma a café recién preparado, teléfonos amablemente atendidos, atención con una sonrisa al jefe, a la familia del jefe…

Emilia (qpd), Ana, Susana… a todas y cada una de las secretarias que sí nos solucionan los sutiles pero importantes problemas laborales… ¡¡¡feliz día!!!...

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