miércoles, 7 de septiembre de 2016

Líos domésticos, la revancha (o de cómo voy poco a poco convirtiéndome en una señora)


El título obedece a muchas cosas que si han sido fans de las Policromías con anterioridad quizá podrán reconocer. En el caso de que el diagrama de flujo invisible los lleve al NO, entonces explico brevemente que desde hace algunos años tuve a bien narrar una bonita saga de "increíbles" (con énfasis en las comillas) aventuras que me ocurrieron en mi vida de soltera "que se fue a vivir sola para saber lo que se sentía llevar una casa antes de que el universo marital tocara a la puerta". Se incluyeron algunos desastres culinarios (yo tan linda, invitando a mi familia a comer cosas preparadas por mí y bueno, bendito el creador aún viven para contarlo), o la vez que dejé encerrado al buenhombre que me ayudaba con las actividades domésticas (sí, era un señor de lo más amable que por una distracción fatal estuvo horas atrapado en mi ex casa de pitufos y gatos), o cuando se me tapó el lavabo y... hay no, esa mejor no la cuento. Ahora la saga vuelve porque desde hace un poco más de un mes comenzó una nueva etapa de mi existencia que trae, además de muchos cambios, muchas preguntas, millones de dudas y altas dosis de amor,  una oleada de nuevas experiencias de índole hogareño. En resumidas cuentas, me arrejunté con un muchachito (ay, que ahora es más señor que otra cosa), y en esta vida clandestina del pecado están comenzando a pasar muchas cosas, como el hecho de que, tal como lo menciono en el título, también yo estoy convirtiéndome en una [terrible] señora.

Y es que estos líos involucran luchas a muerte con la paciencia y las buenas intenciones. Las mujeres que han tenido la fortuna de haber vivido solas, al menos alguna vez en su vida, entenderán mejor a lo que me refiero. En la vida doméstica que pude conocer como dueña y señora de mi casa de gatos, pitufos y Tokotinas aprendí a llevar el control de una casa que prácticamente habitaba un único ser humano. Nadie más ponía peros u objeciones sobre el orden, el desorden, el canal de la tele, o las decorativas telarañas de las esquinas. Y aclaro, no es que ahora alguien lo haga (a excepción de las telarañas, hagan de cuenta que pertenece a la patrulla antibichos), pero los espacios han cambiado mucho desde entonces. De vivir en un palacio que habitamos mis recuerdos y yo, ahora vivimos en una casita que velozmente se llena de amor, expectativas y cosas compartidas que deben estar en orden para no ocasionar un caos medieval.

La paciencia se enfrenta a las buenas intenciones cuando la contraparte pone todo su esfuerzo en, por ejemplo, tender la cama. Imaginen la escena: él, tratando de agradar en todo a su pareja que es particularmente mamona para semejante menester. Mi paulatina pero evidente transición a señora que todo lo analiza con lupa en mano no ayuda en nada cuando esta inocente alma se esfuerza en acomodar las múltiples almohadas en el orden preciso (sí, soy de esas locas que toma en cuenta hasta el lugar en el que debe ir la etiqueta), o cuando las sábanas no están estiradas de acuerdo a los cánones militares. Para relajar la contienda diré que respiro tranquila al enterarme que no soy parte del cliché de la pasta del dientes, y que en esta casa nadie protesta por las formas que adopta el tubo dentrífico en cuestión al ser apretado. Donde los contrincantes cambian de bando es cuando entramos en materia culinaria. Pese a que el proceso de adaptación no ha sido fácil (ponerse de acuerdo con lo que comemos, sus gustos y mis hábitos, su tipo de súper y mi tipo de súper), hay cosas que fluyen a la perfección, como el hecho delegar funciones: uno cocina los platillos más suculentos, y a la otra le toca la ensalada y hacer el agua. Todo va bien hasta que la chica de las ensaladas decide ser la señora de su casa e intenta preparar la comida. El resultado de este primer arrebato fue un hombre sacado de onda y con tremenda interrogación, una comida hecha a medias, lágrimas, drama, horror, y una mujer que tuvo que salir a caminar para bajarse la frustración de que el platillo deseado no se veía precisamente como la foto del recetario.

Me temo que uno de los más terribles líos domésticos que enfrento en este desafío tiene que ver con el compartir. Debido a que por cuestiones logísticas el amable hombre que quiere desposarme (¿lo habrá pensado bien?) llegó a Xalapa a cohabitar conmigo en esta casita de llena amor y cositas que se desparraman por las ventanas, el asunto de compartir se intensifica sobremanera. Y no, de verdad que no me educaron para ser la clásica niña de piñata que se queda con todo el tesoro sin compartir ni un mísero Duvalín (o Nucita, cada quien su presupuesto), pero digamos que en este pequeño espacio solo cabe una tele y las únicas puertas que existen son las del baño y la entrada. Si deseo ir a la cocina doy dos pasos, si quiero llegar al clóset, doy tres. La cama está a un gallo-gallina del estudio y quizá la ventana representa cinco pasos más de esfuerzo. Es decir, no hay para dónde hacerse. Así que por el momento debemos tener acuerdos importantes para decidir quién va a ocupar la computadora o qué es lo que veremos en la tele. Imaginen lo que eso significa para mí. Yo, que en mi casa de gatos tenía 3 televisiones para mí sola (sí, y monitoreaba todo lo que quería de un cuarto para el otro), ahora debo darle un trago de humildad a mis pasiones televisivas y aceptar que hay canales más allá del Home and Health, el Fox Life o el de Tlnovela. Llegan entonces relatos extraterrestres, documentales de conspiraciones políticas y muchas, miles, incontables horas de películas de acción con balas, sangre, muertes y todas esas cosas que simple y sencillamente aborrezco, pero debo aceptar así como a mi me aceptan mis programas de cambios de estilo o los últimos y emocionantes capítulos de El Pecado de Oyuki. 


Por esas mismas cuestiones de espacio la cama king size tuvo que reducirse a matrimonial, en donde debemos caber dos almas y una perrita pulgosa y consentida que a pesar de tomar su tratamiento de flores de Bach para minimizar el cambio, insiste en defender su derecho de cama a toda costa y en todo lugar. Si todo esto no es un lío doméstico entonces no sé qué pueda serlo. Y es que este proceso de ajuste, de reacomodamiento, de asumir esta nueva versión de nosotros mismos en la que nos estamos convirtiendo, tiene tantas cosas complicadas como felices. Ahora que lo pienso, todo el mundo (hasta yo lo estoy haciendo ahora) nos concentramos en lo que cambia, en lo que implica estar acompañado, negociar y ponerse de acuerdo en todo momento y por cualquier circunstancia, pero dejamos del lado lo divertido que puede ser esta experiencia. Sí, divertido, aún pese a que mi lado controlador insiste en ser el líder de esta manada. Hay muchas risas, hay muchas pláticas, hay muchos planes y muchos sueños compartidos. Y también hay muchos retos que ambos, como cualquier pareja que inicia una vida en común, debemos enfrentar de manera personal.

Mi crisis culinaria, esa que relaté renglones atrás y que terminó conmigo llorando como loca en el parque, fue más bien un pretexto para implorar por respuestas que deberé encontrar lentamente: ¿Vivir en pareja me convierte únicamente en "la pareja de"? ¿Seguiré siendo yo? ¿Volveré a tener mis momentos de soledad, indispensables para mi trabajo, para mi creatividad, para mí? ¿Quién rayos soy en este momento? ¿Qué quiero ser? ¿Quién quiero ser? Espero que no todas las mujeres sean tan liosas como quien escribe estas líneas, porque es muy desgastante tanta innata teatralidad. Esto de intensear tiene un único punto de provecho, que es escribir Policromías cargadas de ironía y desahogo, mucho desahogo, que espero los diviertan o quizá, en algunos casos, hasta logren cierta identificación con alguna de las partes.

Esten pendientes porque esta saga  c o n t i n u a r á...

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