Cuando era niña, afortunada o desafortunadamente, no todo eran las animaciones del Ratón Miguelito. Estaba Katy la Oruga, estaba la Abeja Maya, estaban José Miel y la Ranita de Metán y hubo todo un número de películas y caricaturas para la televisión que contaban las historias de estos simpáticos bichitos humanizados, lindos y tiernos y con mensajes de amor y amistad para el mundo. Si. Cómo no. Chucha y sus calzones. Si la sucia intención era que los niños expuestos a tales horrores aprendiéramos a respetar a la naturaleza, a la flora y fauna que ahí lucía tan cordial y encantadora, les tengo noticias: ¡no lo lograron! Ejemplos me sobran:
1.- ¿Qué sucede cuando eres niño y entra un ratón a tu casa? Simple: vas muy valiente y dispuesta a ayudar a tu padre a la cacería, hasta el momento en el que te encuentras de frente al bicho y entiendes que no es como el lindo Jerry, el archienemigo de Tom. Entonces gritas enloquecida, sales corriendo, y juras que odias al creador de esa sucia caricatura engañosa.
2.- En más historias de ratones, no sólo fue el trauma de saber que su apariencia no era tan suave y pachoncita. No. De pilón descubres que uno de esos roedores protagonizó una película cuyo nombre no quiero ni puedo recordar, donde el inocente pierde a su mamá y su vida es una serie de tragedias y tropezones. Sí, culpen a los animadores de ese horror, porque pasé horas llorando en mi cama sin poder entender porqué una criatura tan inocente tuvo que haber sufrido tanto sin su mami al lado. Historia 100% real, pregúntenle a mi madre que recuerda perfecto mi drama infantil.
3.- Pero el clímax de esta embichada Policromía se lo lleva la trágica, lacrimógena, espantosa, dramática y sufrida historia de La araña Charlotte, que también vi a una -demasiada- tierna edad y, ya que en mi ADN corre melodrama y fui una niña aprehensiva, lo único que puedo contar es que sufrí en demasía por la historia de la arañita y el puerquito que cuida a las hijas arañitas cuando su mamá muere. Tragicomedia mexicana de ayer y hoy que tocó mis fibras más sensibles.

Y si, ahí estoy yo, matando esta semana (cual Mickey Mouse en El sastrecillo valiente) dos de un jalón. No, no maté ni gigantes ni moscas, maté arañas del tamaño de la palma de mi mano que también han decidido que el calor de este hogar les viene bien para deambular por pisos y paredes. Pero entonces las mato y viene a mi mente (es real, no se burlen) la imagen de las hijitas de la araña Charlotte, que se enteran de su orfandad y deciden venir por mi y buscar venganza. He ahí la explicación de por qué siempre están por aquí, he ahí la deformación mental que me trajo haber sido expuesta a dramas de bichos humanizados que lloran y buscan venganzas fatales. Vivo con miedo, jurolojuro.
No, yo no odio a nadie que me haya permitido soñar un poquito cuando fui niña. Bastante drama tuve como para ningunear a quien me hizo creer que la vida tenía momentos felices. Pero a los que me hicieron creer que los bichos eran lo que no son... ¡que ardan en los más horrendos y apestosos infiernos! Es cuanto.
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