martes, 20 de agosto de 2013

¿El metro del amor?

Hace días encontré por Twitter una nota titulada ¿Buscas pareja? Lugares extraños para encontrarla. Me llamó la intención, la abrí, y al terminar de leerla me descubrí gritando y haciendo gestos al por mayor. Aquel texto cuenta sobre la iniciativa de los concesionarios del metro en Praga para destinar unos "vagones del amor" exclusivos a los usuarios solteros de este sistema de transporte, con el fin de que puedan conocerse y relacionarse durante sus viajes. Y aunque la propuesta sea verdaderamente salida de una  chick flick, a mi el leerla me removió uno de esos recuerdos que terminan siendo inolvidables... y no precisamente por algo lindo.

Hace algunos meses rompí el cochinito y me fui de paseo a varios lugares del viejo mundo. No voy a entrar en polémicas, sólo diré que estuve en un tour donde principalmente había viejecitos y alguna que otra persona joven, que o iba con pareja o con sus padres. Bueno, el caso es que para mí la ilusión del  tour estaba en conocer Praga, lugar que me remite a mis muchos adorados libros de un "tal" Milan Kundera. Llegar ahí fue poco menos que el éxtasis. Como todo buen tour, el asunto se trataba de conocer lo más posible en el menor tiempo posible, así que algunos recuerdos de pronto se tornan borrosos y confusos por la velocidad a la que fueron vividos, pero la breve estadía en Praga fue inolvidable.


Sucede que una de las pocas señoras que al igual que yo iba en calidad de solitaria me propuso ir por la noche a una función del teatro Negro (originario de esos lares), y yo en mi juicio sano y mi temeraria ignorancia acepté. Por supuesto que no tardé ni medio segundo en darme cuenta que aquella mujer argentina buscó más que la compañía la solución a sus problemas de lenguaje, ya que le daba miedo irse sola porque la travesía requería viajar por metro y caminar como peregrino. Desafortunadamente se topó con pared, porque mi inglés no es precisamente del Harmon Hall y mi checo es simplemente inexistente. La ciudad ya me había impresionado por el contraste que resultaba después de haber estado en ciudades francesas o alemanas, y llegar al metro no fue la excepción: dificultad para comprar un boleto en las máquinas, ningún ser humano con capacidad de auxiliarte por si entras en duda (o pánico), infraestructura descuidada... en fin. Lo poco que alcancé a entender (porque la señora iba en calidad de "a mi dime dónde y yo me subo", sin más), fue que había posibilidad de que un boleto te contara para dos viajes, así que puche el botón, compré los boletitos y bajamos a los vagones, que no tienen ninguna medida de seguridad, es decir, puedes o no registrar el boleto para viajar "de a gratis".

Pues bueno. Llegamos a la estación que nos habían dicho, caminamos horas, nos perdimos, llegamos tarde a la función, y yo no paraba de quejarme porque mis pies no saben caminar largas distancias con chanclas delgadas. Ya en el teatro encontramos a un padre y su hijo adolescente que se acababan de integrar al tour, y al salir se nos unieron puesto que iban al mismo hotel.

Llegamos de nueva cuenta al metro, ellos compraron sus boletos y yo muy segura de mí misma compré los nuestros. El señor me hizo una observación que no entendí, y siendo las 11 de la noche hora de allá nos disponíamos a transbordar cuando vimos a lo lejos un grupo de personas que impedían el paso a los siguientes vagones. En efecto, se trataba de pseudo policías (porque yo JAMÁS los vi identificados) que en plan de redada buscaban a los vivos que viajaban gratis, y cuál no sería mi sorpresa que cuando me pidieron los boletos se dieron cuenta que yo encajaba perfectamente en ese concepto. ¿Cuál fue mi error? No entender nada y no haber tenido a la mano alguien que en un mediano inglés me explicara cómo funcionaba el sistema del boletaje. Con eso de que mi lógica no es la misma lógica que en otros países, me fui con la finta y algo en mi compra estuvo mal. Y como nadie supo responder,  que me atrancan y en ese momento me puse como loca a gritarles -en un nada fluido inglés- que mi culpa era la de ser turista, mientras que ellos -en su checoenghlis- me dijeron que no, que era yo una infractora de la ley y que tenía que pagar. La señora no sabía ni qué hacer porque no entendía ni J, y el señor con su hijo, que SÍ entendieron todo, no hicieron mucho. Mi susto era que no sabía el teléfono del guía que dormía plácidamente en el hotel, llevaba poco dinero, ya era casi la hora de cerrar el metro y de pilón tenía mis pies hinchados y llenos de ampollas. Casi al borde del llanto alcancé a entender que tenía que pagar, y la señora, si quiera algo bueno hizo, sacó de su dinero para completar la maravillosa cantidad de 40 Euros que el disque poli ese nos exigía para dejarnos en libertad. El viaje en metro más caro de toda mi vida.

El viaje de regreso al hotel fue confuso. Yo estaba entre furiosa y nerviosa, y de verdad que no sabía ni a quién mentarle la madre: si a la señora por creerme su salvadora, si al papá y su hijo que no hicieron nada por defenderme, si a los policías por pasados de lanza o si a la ciudad a la que tanto ansiaba conocer pero que no estaba preparada para mí. Al día siguiente el guía, un español guapísimo que presumía ante todo el grupo que se llamaba igual que un actor famoso mexicano (después le expliqué que no era ningún orgullo ser homónimo del mismísimo promotor de la bombita para tener más vigor), me preguntó que qué tal nos había ido. Le conté todo el episodio con toda la vergüenza del mundo, y me dijo "¿Pero cómo no me hablaste, si (La señora) tenía mi número de celular?" ¡¡¡¡aaaaaawwwwww!!!! Peor me puse. Yo ya casi me hacía deportada y a la gente a mi alrededor se le cerró el mundo. Ay no, fue espantoso. Por supuesto que a partir de ahí esta bonita anécdota sirvió de moraleja para que el buen Andrés dijera "no se les olvide que cualquier cosa me pueden avisar, no les vaya a pasar lo que a Patricia" (porque además de todo insistía en verme cara de Patricia, no de Raquel). El camión estallaba en risas mientras yo no podía evitar el rostro sonrojado.

Así que, ¿amor en el metro de Praga? ¡¡¡PAMPLINAS!!! Tanta bondad que se las crea su abuelita.

Y encima de todo la señora se quiso tomar una fotografía conmigo "para no olvidar la bonita experiencia"... Grrrrrrr

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