jueves, 10 de mayo de 2007

Las delicias del poder

En el preludio de mis 28 años mi mente, mi corazón y yo hemos pasado por experiencias inéditas, desde ver el fin de Otro Rollo, la boda de Paulina Rubio, al bebé de Luis Miguel, el leer por fin el Principito y haberle entendido y el leer por primera vez a Carlos Fuentes ¡y haberle entendido!, hasta las situaciones más irreales posibles, que comenzaron con mi entrada cuasi triunfal al mundo del poder. Explicaré.

Cuando mi amigo el Negrito se acercó, estando junto a mí en aquella junta, me aseguró, más que preguntarme, que juraba por todo lo visible y lo invisible que de niña yo había sido jefa de grupo en mi salón de clases. Yo, petrificada ante mi pasado tan transparente, sólo pude asentir y levantarme de inmediato ante la concurrencia al recibir mi nombramiento como delegada sindical, mientras dirigía la mejor de mis miradas de odio a aquella que osó ponerme en semejante trance.

Estar en este punto es gracioso sobre todo porque aunque no soy una grilla en potencia, mi antecedente en el destacado sindicato del que hoy soy parte no fue nada encantador. Ante un hecho injusto, yo fui una de las principales voces que se quejaron, y de la misma manera, fui una de las primeras voces a las que callaron otorgándome prestaciones y pagos en fin de semana. Aclaro, mis quejas fueron por las formas y no por el fondo. En fin. A partir de entonces mis pasos por aquella área de mi centro de labores fueron escasos, y la mejor experiencia que de ahí puedo contar me carcajea de solo recordarlo, pero yo no tuve la culpa, todo fue una situación jocosa del destino que propició que por una fotografía mal tomada y un terrible movimiento en falso, una amiga acabara con la única lámpara que quedaba disponible, provocando que los siguientes en la foto salieron a obscuras ante las miradas de horror de los presentes y las carcajadas burbujeantes de mi amiga y las mías.

Pues ahora, con nombramiento y responsabilidad, tengo el deber de cumplir cabalmente mis obligaciones. La primera de ellas ocurrió éste 1 de mayo, bueno, digamos que el 30 de abril, pues ante la opción de ir al desfile o acudir a una velada que reunía a los sindicatos afiliados opté por lo segundo, y no me arrepentí para nada. No, no vayan a pensar que me encantó la pasión de cada discurso ahí pronunciado por hombres y mujeres políticos de cepa. No. La realidad es que fue divertidísimo ser parte de un acto donde primero te empapan del sentir de la causa laboral y luego un trío te canta “No te prometo amor eterno porque no puedo”; donde un destacado miembro del presídium casi llora en tan conmovedor arrebato de orgullo sindical y, terminando éste, el orador –dicho por sus palabras- invitó al respetable a matar el aburrimiento oyendo al Mariachi que entró entonando “El Mariachi loco quiere bailar”. De lo más irreal.

Así, en la agonía de mis 27 años, las experiencias que conforman mi bitácora de vida siguen pareciendo inagotables y surrealistas. Ésta, a partir de ya, es una de ellas.

1 comentario:

Brenda J. Caro Cocotle dijo...

¡Chale! y otra vez ¡chale!...Te doy mi bendición, y da mucho la lata.