jueves, 12 de abril de 2007

Pañuelos al vuelo

Si amas algo, déjalo libre. Si vuelve es tuyo, si no, nunca lo fue”.

Antes de escribir esta columna me encontraba en mi cama, rodeada de almohadas y tules, envuelta en camisón de seda y, pañuelo en mano, lloraba mi pena sin que el rimel se afectara. ¿Lo creyeron? Seria fácil imaginarme así, cual Dama de las Camelias, cual damicela frágil y buena de alguna vieja cinta en blanco y negro. Mi exacerbado gusto por las historias de amores apasionados e imposibles me permite pensar en casi cualquier cosa que asemeje escenas tales. Pero no. Antes de redactar esta columna yacía en mi cama, con mis dos pequeñas almohadas de Hello Kitty y un edredón que, de tan florido, me regresa de inmediato a la era del technicolor y el sonido estéreo.

Así, envuelta en mi pena y no en camisón de seda, los recortes de mi vida sentimental pasaron vagamente, lejanamente por mi cabeza. Pensaba en todos aquellos momentos, en todas esas relaciones que no fueron, en ese viejo refrán que, ante cualquier pérdida, parece funcionar como el consuelo idóneo, como el antídoto para el dolor: “Si amas algo, déjalo libre…” Pensé entonces en mis conejos de la niñez; los dejé libres unas horas y murieron achicharrados. No eran para mí.

Me acordé de la primera vez que mi corazón latió agitado por un niño de tercero de primaria con quien crucé tal vez 3 palabras en todo el ciclo escolar, pero que el día que falté a clases me mandó con mi hermana una linda gomita que aún conservo. Sin embargo para el siguiente año lo cambiaron de escuela y ahí terminaron mis miradas eternas durante las clases de español. También pensé en ese primer noviazgo que se vio truncado por mi inesperado y sorprendente viaje a Xalapa: justo cuando las amigas de quinto año me habían confirmado la inminente declaración de un chico, que estaba extrañamente ligado a mi árbol genealógico (según nuestras madres), me fue anunciada la mudanza y no tuve más que agradecerle su emotiva nota de despedida, sacar mi pañuelo blanco y decir adiós desde el avión. Por si este duro golpe no bastara, aquel maravilloso chico de sexto de primaria, aquel de sonrisa Colgate y ojos chispeantes con quien tuve un noviazgo fugaz pero letal, anunció que al final de nuestro primer año en la secundaria se mudaría a otra ciudad lejana; así que de nueva cuenta no tuve más que sacar mi pañuelo blanco y, en silencio (el pequeño hombrecito para ese entonces tenía otras muchas nuevas novias) unirme al clan de dolientes por tan sentida pena.

El jueves pasado volví a sacar mi pañuelo blanco, pues el amor de mis amores partió rumbo a tierras extrañas, lejanas, con una maleta repleta de ilusiones. Comprendan pues a esta alma nutrida por novelas rosas; la sola idea de imaginarlo caminando por las calles de Estambul resulta material idóneo para tirarme en la cama a llorar mi mini-tragedia. Sólo que esta vez, a diferencia del pasado, el pañuelo blanco ondeará de nuevo por él; el húmedo pañuelo blanco, en un mes, le dará la bienvenida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pochaquita linda el lado positivo es que tendrás un mes para valorar las cosas que mas amas de tu galán. Además te sobrará tiempo para ver a tus viejas amistades, las cuales siempre estan en espera de que ese pañuelo blanco este en movimiento para tener una tarde de nostalgias y actualizaciones. Atte. Bellota

Ra dijo...

Gracias mi querida Bellota, es verdad, estos días han servido de mucho... en verdad...

Te mando un fuerte abrazo!

Yo mera, mil gracias también por tus palabras de apoyo... ¡saludos y gracias por seguir checando este blog!