miércoles, 2 de junio de 2004

a Pochaco

Biografía de una mascota consentida (primera parte)
Es de ojos grandes y nariz húmeda. Su caminar es algo raro, jocoso diría yo; se menea de un lado a otro sin conservar una sola línea recta, y a la menor emoción cambia su cansado ondular por una carrera donde, generalmente, termina golpeado por una mesa o dándose contra alguna pared del puro vuelo. Mi cocker (resultado del híbrido entre un papá fino y una madre de dudosa procedencia) es el mejor ejemplo de que toda mascota absorbe el carácter de las personas que lo rodean, así que más que describirlo por todo aquello que lo iguala al resto de los suyos, diré que sus características más bien corresponden a un humano: consentido, refunfuñón, desobediente, sensible a todo su micro-entorno y con una mirada inexplicablemente expresiva.

La historia de mi Pochaco (o Pukacho, por todo responde) es el resultado del adiós a 17 años de dictatorial prohibición al placer de crecer junto a una mascota amable; tal vez por eso demasiado cariño lo ha hecho un viejecito aprehensivo, chiqueado por todos los miembros de la orgullosa familia que lo recibió en medio de fuertes polémicas, enseñándole lo que era la vida de buen perro sirviéndole en bandeja de plata pan, sopita, queso, jitomates, tortillas y demás manjares humanoides.

Desde bebecito no se distinguió por ser uno de esos canes destructores de chanclas, agujetas o calcetines (aunque literalmente devoró al osito que lo acompañó en sus noches de soledad)…su mejor señal de alegría no se limita al meneo constante de su cola, si no que para reafirmar su estado de humor siempre corre en pos de su hedionda y agujereada cobijita. Pero posee también un lado perverso… la desaparición coperfilesca de un pastel de zanahoria, múltiples ataques de histeria al señor cartero y muchas deudas sin pagar gracias a la destrucción de los recibos son parte de los destellos de su alegría de vivir. Aunque no siempre destila tanta emoción. Después de tantos años de convivencia diaria con la familia, resulta obvio que su temperamento no tendría ningún tinte de ternura, así que cuando se sabe molestado, regañado o simplemente, cuando no tiene deseo alguno de salir de su casa de perro, le brota tal instinto que solo se dedica a gruñir rítmicamente (en el mejor de los casos), y cuando de plano se harta amenaza con alguna iracunda mordida, ladrando hasta hartarse.

Tiene, además, una parte actoral muy dentro de él que desarrolla siempre para hacerse el sufrido; llora cuando se encuentra afuera de la casa y quiere entrar, tiembla como gelatina cada vez que se baña, odia secarse, es sumamente nervioso y lo bastante chismoso como para asomarse a la puerta cuando escucha el timbre o cualquier ruido de motor y, a pesar de esto, le gana tanto su lado antisocial como para refugiarse cuando sabe que hay mucha gente invadiendo “sus espacios”.

Este es Pochaco, ejemplar igual de raro como su nombre, cariñoso con los niños, fotogénico, café, de muy mal humor, adorador de la carnaza, glorioso egresado del CEA, pero también, indiscutiblemente, poseedor de dos que tres gracias que lo hacen ser el más consentido de toda familia Valent (y demás anexos).

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