jueves, 1 de febrero de 2007

La princesa y el colchón


Las niñas de hoy sienten una extraña fascinación por la moda las “Princesas”; ¡Horror! Todo en ellas resulta tener motivos de sirenitas, bellas durmientes u odaliscas. Pero las niñas de hoy desconocen otro tipo de nobleza cuyos relatos son igual de impactantes, y lo mejor, ajenas a adaptaciones cinematográficas. Uno de estos relatos vino de la mente de Hans Christian Andersen: La princesa y el guisante. En él un joven y soltero príncipe se encontraba en búsqueda de la princesa ideal, y durante el proceso de selección aparecieron cuantiosas estafadoras incapaces de superar las pruebas que la Reina les imponía, en su afán de localizar a aquella de sangre azul digna de su vástago. Entonces, bajo una feroz tormenta, tocó las puertas del palacio una chica que se decía princesa, lo cuál no creyeron mucho luego de verla hecha una auténtica sopa Maruchan. Aun así la acogieron, y la Reina, presurosa, llevó a la invitada al aposento de prueba, donde previamente había colocado un frijolillo bajo el colchón que cubrió con otros 20 colchones. Al día siguiente la chica, amablemente, contestó a la pregunta de los reyes de si había dormido bien: “No… tengo un dolor de espalda horrible, había algo que no me permitió descansar, algo como un guisante”… Fue así como supieron que en aquella frágil jovencita corría la sangre azul y el príncipe tuvo al fin una compañera. Fin del cuento feliz.

Así he despertado los últimos 5 días. Cual realeza con frijoles bajo un duro colchón. Este cuento, más mi actual lectura (la historia de un clan turco narrada por las casas que acogieron a estas familias en distintas épocas), me pusieron algo melodramática ante el terrible hecho de que mi cama, aquel objeto familiar que superó las 3 décadas entre nosotros, fue vilmente cambiada por un moderno objeto, uno de esos donde los osos duermen en los comerciales.

Lo de mi lectura viene al caso porque puedo entender que alguien logró captar las vibras que absorben los objetos materiales que han pasado tanto tiempo con la gente. En mi caso, la única cosa capaz de contar toda la historia de mi vida era mi cama. Porque... En una cama lloramos nuestras penas, soñamos con mundos distantes, con amores imposibles, dejamos nuestras preocupaciones, descansamos, disfrutamos un buen libro, nos enfermamos… Así, la cama que me designaron hace años se ha ido para hacer feliz a otra familia... Snif. Claro que no todo fue dichoso; la pobre perdió dos patitas (hábilmente reemplazadas por un par de tabiques) luego de una juvenil fiestecilla, y aunque sus rechinidos eran evidentes, resultaban música para mis oídos. Yo lo amaba, Mi vida sentimental estaba impregnada en cada uno de sus hilos. Años tardamos en hacerla de una forma maravillosa, suave, cómoda.

Pero ahora, cual heredera turca cuya vida es narrada por sus pertenencias, veo agradecida la altura de mi nuevo lecho y trato de imaginar las mágicas aventuras de mi existencia que compartiré sobre ella… Sólo el tiempo lo sabrá…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si'cierto... nunca olvidaré la mía cama en casa de mis padres, rechinaba como me imagino ha de rechinar la mismita chingada. Que habrá sido de ella??... Ya no está donde la dejé!! Esto no se queda así!! Tendré que investigar su paradero.

Saludos Pochaca.