jueves, 1 de marzo de 2007

No quisiera ser mi hígado

Los números jamás han sido lo mío. Sé que son necesarios, sé que rigen la vida cotidiana, sé, por mera herencia de un padre contador, su importancia. Sin embargo también sé que hay situaciones en las cuáles no sirven de nada. Ahí les va un grandioso ejemplo.

La mayor parte de la población tiene un televisor en su casa. ¿Qué utilidad le damos? Unos vamos desde la ventaja física de tener un mueble más, para otros más es su única compañía; algunos la vemos como un terrible vicio y muchos, muchos seres más encienden dicho aparato por inercia, sólo por escuchar ese zumbido con imágenes que generalmente no vemos por estar planchando, haciendo la comida, haciendo la tarea o arrullándonos. Otros más prestan sus cinco sentidos en lo que ven, y, buscando opciones, deciden quedarse en un canal o mudarse a cualquier otro con el poder de un dedo. Ante este panorama, resulta interesante saber la manera en la que las cifras del rating son ocupadas para promover éxitos apabullantes. Así las cosas, no me explico cómo esta semana nos amanecimos con la nota de que un final de telenovela transmitido el domingo acaparó las emociones de los mexicanos que consumieron un producto como éste, en un conteo que no contempla si las televisiones contadas no tenían mas que 3 malas opciones dominicales.

La historia no es nueva: dos empresas pelean (no compiten) entre sí; las dos dividen en vez de sumar; cada una quiere jalar toda el agua para su molino. Qué triste que ése sea el reflejo de toda una sociedad. Y es que aprovechando el contexto de los reflectores un director de cine y su guionista terminan su relación en tremenda pelea de egos. Ninguna de las partes, así como ninguna de las empresas, tienen idea de que si cada quien hace lo suyo, trabajando en equipo, las cosas mejoran.

Un asunto de educación, tal vez, esto de que nadie nos enseñó a jugar en equipo. Por eso el ya merito. Por eso las individualidades nos hacen creernos lo máximo en solitario. Por eso nadie se toma la molestia ni siquiera de cooperar con sus vecinos cuando el arreglo de la calle los va a beneficiar a todos.

Estos asuntos logran que se me enchueque la tripa. Me molestan mucho las malas telenovelas que traicionan a su libreto original (¿Dónde quedó la maravilla de Betty la fea? ¿Dónde?); me molesta mucho la mala transmisión de una ceremonia eterna invadida de anuncios y efusividades excesivas; me puede que estando en la cima los egos empañen el talento y den un pésimo ejemplo del éxito y me irrita mucho que todo eso aparezca en un pequeño mundo donde un grupo de vecinos (peor que los Invasores) sean excelentes en el arte del chisme y el argüende malgastando sus energías, mismas que deberían ocupar para reunirse, cooperar y ejercer presión con las autoridades (igual de chismosos y argüenderos, además de inútiles), en pro de un beneficio común: la calle. ¿Es posible que en el umbral de la primavera uno puede sentirse con tremenda indignación? Mi hígado, dañado, dice si.

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Columna comentada en el programa radiofónico "La Revista", conducido por Carlos Romano en Radio Universidad, 1550 AM.

1 comentario:

Yomera dijo...

hola Pochaca! saludos desde la ciudad de los huevos fríos!!!?...he puesto tu espacio en mi bló, me gustó como escribes....pd. yo por eso no veo casi la tele, solo los jueves a las ocho treinta, veo mi unico vicio: Grey´s Anatomy...je...