jueves, 29 de marzo de 2007

Decisiones

El fin de semana pasado asistí con singular alegría a vibrar con el Rey de los Deportes en el puerto de Veracruz. Aquello fue un verdadero festín de hits, robos de base y carreras anotadas. Así, entre los niños, los vendedores ambulantes y las cervezas, mi mente se quedó atrapada en la imagen de un solo jugador en el campo, quien según me dijeron, era el mejor pagado del equipo, mencionándome una cifra con múltiples ceros que, me acotaron, no es ni una pequeña parte de lo que gana un jugador de fútbol. Con semejante información lo miré, observé con detalle cada uno de sus movimientos y gestos y mientras la concurrencia lo ovacionaba, me pregunté hasta qué punto ése jugador hace lo que hace por gusto, hasta donde es por el dinero; hasta donde lo hace pensando en toda esa gente que lo aclama o hasta donde llega su decisión personal de estar ahí, de pie, en medio del campo, las luces y la fama.

Uno va por la vida sin darse cuenta que ésta la pasamos tomando decisiones. Decidimos que nos gusta más el verde que el rojo, decidimos que amamos el chocolate y odiamos los espárragos, decidimos que preferimos el romance a las películas de acción y decidimos si amamos, si nos casamos, si cambiamos de casa o si cambiamos de raíz todo nuestro mundo.

Cuando uno es joven, con suerte, aun nos toca ser hijos. Cuando se es joven e hijo sientes que debes vivir tu vida experimentando, yendo en contra completamente de lo que los padres nos indican como lo correcto; la adrenalina ante lo desconocido. Nosotros, consciente o inconscientemente, decidimos si queremos irnos de pinta, si ocultamos la existencia de un novio mayor, o si hablamos con los nuestros sobre lo que nos inquieta y preocupa. Lo que jamás sabemos es hacia dónde nos llevaran nuestras acciones hasta que nos regañan, o la regamos, o nos cachan o lo lamentamos.

Cuando uno es padre, me dicen, las cosas son distintas. Ellos ven a sus hijos, los educan, les muestran lo bueno y lo malo y jamás dejarán de preocuparse por ellos. Saben que debemos crecer, y en algunos casos, nos enseñan a ser responsables por nuestras decisiones y las apoyan, sean cuáles sean.

Hay momentos, sin embargo, donde esas decisiones afectan a los demás. El jugador de béisbol estaba ahí, afectando quizá a una familia que en casa lo extraña. Un hijo que decide caminar con un amigo no tuvo oportunidad de contarlo de nuevo; una hija a la que no le bastan la educación y el amor de sus padres ante el influjo de las malas compañías, y una madre, que ha enseñado a sus hijas a ser responsables de sus actos, lo deja todo para emprender su propia historia de “Los puentes de Madison”, mientras su marido, en casa, sigue sin comprender lo ocurrido.

¿Hasta dónde nuestras decisiones son sólo nuestras? ¿Hasta donde es posible vivir lo que nos toca sin lastimar a alguien más? Al final nada debe ser juzgado, porque ante tales ejemplos uno comprende que hay cosas que deben vivirse; porque la vida es tan frágil que en un suspiro termina todo.

1 comentario:

Yomera dijo...

snif....pero un mes se pasa volando y....REGRESARÁ....saludos!