jueves, 8 de marzo de 2007

Con R de Revancha

Esta historia contiene tal cantidad de sentimientos encontrados que raya en los límites del chiste más ruin o el melodrama más lacrimógeno. Antes de pasar al aparatoso asunto, debo por fuerza marcar antecedentes.

Por causas del destino mi abuela materna formó parte de mi familia nuclear los últimos 17 años de su vida. Ella me vio crecer, padeció mi horrible pubertad, compartió con nosotros mudanzas y siempre estuvo ahí, firme y sólida. Ésa fue mi abuela… Bueno, mi abuelita, porque aquel infortunado día que se me ocurrió decirle abuela no tuvo más que encajarme sus largas y afiladas uñitas, dejándome muy en claro que jamás debería llamarla así. Esto verdaderamente me frustró muchísimo, sobre todo cuando en mi afán de limar tal aspereza la llame cariñosamente “Doña Raquelito”… Este arrebato de igualadés me costó de su parte un sonoro azotón en la mesa, desatando la ira de una mujer por naturaleza pacífica que acotó con la misma severidad de su manoteo: “No soy doña Raquelito, ¡soy Tu Abuelita!”. Poco después tuvo un padecimiento que la desconchinfló todita, desde su andar hasta sus funciones intestinales, así que la pobre transitaba sus males entre 2 días de estriñida por 4 de diarreas, hasta que se recuperó y falleció de otra cosa. Decidí pues retomar mi naturaleza y, a modo de revancha, desde entonces a la fecha hago referencia a ella (de manera cariñosa) como Doña Chorrillo. Sin miedo a la vida ni a las falsas alarmas de que vendría a jalarme los pies por tal irrespetuosidad transité feliz y contenta mis días… hasta ahora.

El pasado domingo tuve el inusitado arrebato de querer ver reunida a mi familia sanguínea y a mi futura familia política. La invitación fue hecha y durante la semana todos los preparativos corrieron sin mayores sobresaltos. Llegó el día y para las 3 de la tarde todo estaba listo: La comida burbujeaba en la olla de barro, las botellas se enfriaban, los manteles que adornaban las mesas olían a limpio y las flores decoraban el lugar. Las visitas tocaron a la puerta; entraron y la alegre convivencia empezó. Los consuegros, las consuegras, todos felices… En medio de la estampa familiar, sentí el remoto deseo de ausentarme, sin intuir que mi tragedia también apenas comenzaba, porque después de esto jamás volví ni a la sala ni al comedor. Lo comprendí todo.

El día menos imaginado, el momento menos adecuado, Doña Chorrillo decidió venir a cobrar su venganza. No vino a jalarme las patas, no. Se la cobró con la mismo guante de su condenado apodo. Mi celebración particular del día de la familia la viví entre la taza del baño y tirada en una cama oliendo un algodón bañado en alcohol. Así de súbito, así de extremo. A lo lejos, en mi agonía, escuché las risas de los comensales y al menos supe que todo fue un éxito.

Sea cual fuere la razón, que en realidad se trató de una tragada monumental de Churrumaís con limoncito, el hecho es que con la R de doña Raquelito, su revancha desde el cielo fue cruel, dolorosa y muy despiadada.

1 comentario:

Yomera dijo...

pobre pochaca!!! espero que ya estes totalmente recuperada...saludos y feliz dia de la mujer!!!