jueves, 3 de noviembre de 2005

¡Click!

Toda la historia de esta columna comienza con el revuelo causado hace algunos meses por la llegada de un nuevo miembro a las filas de la oficina. Ella, una señora formal y muy propia, tomó posesión de su nuevo espacio y, como muchos de nosotros solemos hacer, se dio a la tarea de decorar el lugar con sus cosas más personales: lápices, libretas, agendas, algunos adornitos, y por supuesto, fotografías de sus seres más queridos. Y con este insignificante detalle se detonó la bomba creativa... Aquellas fotos, lo diré con sutileza, son como extraídas de la galería del terror infantil.

Ante el padecimiento cotidiano de ver la imagen de un niño de espantosa faz con los pulgares arriba, me fue sugerido por otra alma sometida al terrorismo psicológico de aquella imagen el tema de las poses que todos adoptamos cuando tenemos frente a nosotros una cámara fotográfica. Nada tan simple como eso, nada tan teorizable como eso.

La vanidad, lejos de ser un pecado es el punto sensible de todos los seres humanos en esta tierra. Por mucho que alguien jure y perjure que no le importe su aspecto, siempre terminan cayendo en la autocrítica: “¡mira qué gorda me veo!”, “no, si salí fatal”, “¿este soy yo?”, y un etcétera de preguntas frecuentes. Es entonces que, por simple instinto natural, cuando nos van a tomar una fotografía procuramos el decoro y la mejor postura, aunque algunos gocemos del ridículo como el niño de los pulgares. Con eso de que la cámara no miente, los gordos sumimos la panza o nos escondemos detrás de alguien más, los flacos eligen la pose que resalte sus atributos, las greñudas se peinan en un tris y los de lentes se los quitan con el pretexto de no dar el flashazo.

Las fotografías de grupo son las más geniales, porque siempre habrá alguno que salga con cara de dormido, con cuernos, con la boca abierta, o casi cayéndose porque no cupo o se coló; por más que uno cambie la posición las fotos de familia suelen ser las mismas año con año: cumpleaños, navidades y años nuevos y en todas haciendo lo mismo (¡siempre comiendo!). Las peores son las que nos toman sin avisar. Claro, cuando es uno quien capta in fraganti se disfruta muchísimo más que cuando eres el afectado en cuestión. Se puede descubrir a alguien dormido, en la regadera, comiendo como cerdo esperando que nadie lo vea, en calzones, en el baño, y demás situaciones por ende bochornosas. Y ni qué decir del prematuro sufrir con las series que los papás adoran tomarle a sus bebés de caritas lloronas, risueñas, berrinches, etc., y las palabras raras que dicen para que un niño mire al lente (¿whisky? ¿Quesito? ¿Mira al pajarito?)

Pero las mejores son las individuales. He ahí las fotos tamaño infantil que las escuelas piden año con año; después viene la del título, la del pasaporte, la de la solicitud de empleo... No es sólo la lista de condicionantes que requieren estos trámites (sin aretes, restirada, con ropa blanca), no, es ese extraño masoquismo de ir siempre acompañado a esta lucha contra el lente fotográfico, y es esa misma compañía quien goza haciéndonos caras para que el resultado sea una boca chueca de la risa, el ojo en pleno guiño o la papada a todo lo que da... ¿No lo creen?

2 comentarios:

José Luis Avila Herrera dijo...

Pasando por aquí a saludarte y a conocer tu espacio.

Muy pronto estarás en las listas de Blogs VERACRUZ.

Aprovecho para avisarte que acabo de postear en MI BLOG por si acaso tienes unos minutos para leer mi artículo más reciente y opinar.

Sin más por el momento, quedo a tu más completa disposición y prometo regresar muy pronto a leer y a opinar en tu blog.

SALUDOS CORDIALES...

Social Drinking y Su Sonido Chikinasty dijo...

interesante: se gano un boleto para Ozkarland, en donde la vida sabe a caramelo y las putas dan clases de moral, saludos.