jueves, 6 de octubre de 2005

Escenas que ruedan

No es que me encanten las matemáticas, pero debo confesar que a raíz de aquella columna donde desglosé de manera pecaminosa el número promedio de ricas tortas engullidas por esta humilde persona a lo largo de su vida, me ha dado por pensar en cifras y estadísticas absurdas. Formando parte de una infinitesimal cola del supermercado para poder pagar 6 tristes artículos, pensaba en la cantidad de minutos que día con día acumulamos (y desperdiciamos) en la más democrática manera de esperar turno para realizar cualquier retribución. También filosofaba sobre el número de cabellos perdidos cada vez que entramos a la regadera, nos cepillamos, nos peinamos o nos despeinamos, y ni qué decir sobre la exorbitante cifra que arroja mi promedio cotidiano de horas frente al aparato televisor. Sin embargo la duda de este día me orilló a cavilar sobre el tiempo que pasamos en un medio de transporte (sea cual sea) a lo largo del existir.

La gente siempre dice que uno no nace en coche como para ir y venir de manera tan cómoda de un lado a otro, pero temo decepcionar a todo aquel que lo afirma: viajar en coche no siempre es cosa cómoda, y desplazarse (me temo) es una necesidad primordial en cualquier artefacto que pueda interpretarse por coche: camión, pesero, combi o carreta que ande con ruedas. El medio de transporte a lo largo de la existencia humana ha resultado algo fundamental. De hecho, gran parte de los acontecimientos históricos tienen como protagonista algún vehículo: a Pancho Villa le dejaron el coche como queso gruyere, y de mi pobre Lady Di mejor ni hablo; el elemento indispensable de la Cenicienta a parte de la zapatilla fue la carroza; el horror de las torres Gemelas se vivió en un par de aviones y el hombre ha visto la Luna y estrellas circunvecinas gracias a los transbordadores. Es entonces que pienso cuántos acontecimientos importantes de la vida particular de cada quien suceden en un medio de transporte.

Las más tristes despedidas se enmarcan en la partida de un camión; las más grandes historias se conocen cuando se le saca plática a un taxista; las motocicletas y el viento en el rostro dan sensación de libertad; de coche a coche se puede hasta coquetear; viajar en avión da un toque de distinción, el tren forma parte de los relatos de los abuelos, los barcos producen náusea pero en medio de la inmensidad lo mismo transportan historias de amor que contrabando...Mis más célebres historias de vehículos han sido mi viaje en una camioneta de redilas en pos de una aventura decembrina, un ansiedad incontrolable cuando creí haber perdido un lente de contacto en pleno camión, un poco grato viaje en avión junto al mariachi de Alejandro Fernández, cierta escena romántico-peligrosa en el auto gris y el único accidente dramático que me dejó como saldo mi codo izquierdo partido por la mitad. Para ser sincera creo que en los medios de transporte se pasa la vida entera: del niño que viajaba de vacaciones pasas a ser el que aprende a manejar; maduras un poco más la primera vez que el camión te aleja de casa para vivir lejos, muy lejos de los tuyos; te estrenas en el amor en la intimidad de un auto, conoces mil personas e historias entre la multitud que se transporta junto a ti.. En fin... En burro, tren o jet, la existencia, literalmente, nos reduce a simples viajeros frecuentes con una desorbitante cantidad de kilómetros (y sentimientos) acumulados.

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