jueves, 20 de octubre de 2005

Con-cierto miedo

Las luces se apagaron. El recinto se encontraba lleno a más no poder y en la efímera oscuridad aparecida tras la tercera llamada, la multitud lanzaba silbidos y gritos esperando que se abriera el telón. De repente, los primeros acordes comenzaron a sonar... el estruendo fue inmediato e inminente. La adrenalina se traspasaba, se contagiaba; en ese momento, cuando el grupo salió al escenario a interpretar la primera de muchas canciones que se corearon aquella noche, los fanáticos enloquecidos se entregaron tal y como desde años deseaban hacerlo, cantando, bailando, recordando... Entonces, después de casi dos horas el DVD del reencuentro de Timbiriche se termina. Yo apago la tele y sigo preguntándome cuánto hubiera disfrutado ese justo instante desde el Auditorio Nacional.




Para todo joven que comienza a crecer, el desarrollo de sus propios gustos musicales es una experiencia obligada; es entonces cuando aparecen en las paredes pósters de los grupos favoritos, cuando se hace lo imposible por tener la colección completa de todos los discos, cuando uno se aprende de memoria todas las canciones a fuerza de escucharlas mañana, tarde y noche y a todo volumen... Es a esa edad y con todas las justificaciones sociales y emotivas, que el asistir al concierto de ese objeto de máxima idolatría resulta un asunto de vida o muerte. Así de simple.

Fui la fan más fervorosa que Timbiriche pudo tener en un personajito de 4 años desde que salieron al mundo musical, y a partir de entonces añoré poder corear algunas notas musicales en vivo y a todo color. Pasaron 12 discos, muchos años, y cuando al fin fue anunciado el reencuentro de la agrupación mi corazón de Kittotta se emocionó hasta las lágrimas... ¡Debo verlos en vivo por última vez! Pensamos en conjunto las hermanas Valent. El Auditorio Nacional parecía el lugar indicado presenciar mi primer gran concierto. Teniendo el cochinito repleto de ahorros olvidamos contar con la astucia materna, que categóricamente y con la idea en mente de que afuera de aquel recinto coexisten rateros y secuestradores con cuchillo en mano, nos negó el permiso, alegando (cito textual) “Que el Auditorio Nacional es muy peligroso”. Esto puede parecer de risa loca pero fue un gran golpe para los tres corazones que, desilusionados, tuvieron que conformarse con ir a verlos a Veracruz, en medio del norte y en filas que mientras más caras menos se podía ver al escenario con claridad. Para colmo, Alix se embaraza y no acude a la gira, privándonos de la mejor rola del show.

Mi lista de asistencia a grandes conciertos sólo se reduce a dos más, y gracias a ello he podido superar el trauma de aquella primera negativa. De hecho, todavía no conozco el dichoso Auditorio. La conducta de mi madre la llevo a pertenecer a ese selecto lugar donde muchas madres (supongo) han caído: el rencor vitalicio de hijos incomprendidos; ellas, que prometen que si Michael Jackson viene a México en tu cumpleaños dicen que irás y cuando sorpresivamente eso sucede, se retractan. Claro, la mala suerte también existe... No es posible esperar toda la vida por un concierto de KISS y cuando lo dan, tú estás al otro lado del mundo, en una fecha importante, en una misión importante.... ¡Simplemente cosas de la vida!

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