jueves, 26 de octubre de 2006

Ánimos festivos

La semana pasada, queridos lectores, esta H. columna estuvo de manteles largos por la celebración de un año más compartiendo con ustedes las “Policromías” de la vida. Comí, a la salud de todos y rompiendo la dieta deliberadamente, una pieza de pollo con mole y un rico pastel que sólo de recordarlos se me erizan los bigotes. Éste fue el sencillo festejo, pues para quienes no lo sepan las grandes y majestuosas fiestas no son muy lo mío.

Curiosamente en estas fechas las pachangas abundan; o mucha gente cumple años o todos se han puesto de acuerdo para celebrar sus eventos sociales en vísperas del invierno, y la racha de bodas distribuidas en mi agenda está imparable. Mis ánimos festivos, digámoslo así, se ponen de lo más efervescentes mientras mis pies lo lamentan mucho más cuando los someto a horas de entera tortura, con tacones que “claquetean” (de la onomatopeya “clac”, “clac”, "clac") por doquier dándome como resultado un destacado número de ampollas y una imponente hinchazón. Esos ánimos que me han llevado a bodas pequeñas de suculentos menús, a otras con música animosa y sonrisas por doquier e incluso a fiestas amenizadas por los grandes personajes de la farándula musical, me ponen a pensar porqué la gente siente siempre tantas ganas de celebrar, y cuando digo celebrar es en el sentido más mexicano que existe: el que surge por cualquier ocasión.

Supongo que esto de los festejos surgió desde la edad de piedra, (de pronto imaginé tremenda algarabía cuando el hombre creó la rueda), y hasta cierto punto supongo también que darle rienda suelta a la alegría es parte intrínseca del ser humano. Los ánimos festivos que actualmente llevan a la gente a organizar fiestas en honor de un cumpleaños o de ciertos rituales sociales como los matrimonios, los bautizos o los quince años, lo hacen a sabiendas que: a) jamás quedarán bien con nadie; b) gastarán un dineral en ropa que sólo se usará una vez; c) la organización deja, generalmente, roces, pleitos y desacuerdos familiares; y d) los festejados, a menos que sean niños, son los últimos en divertirse.

¿Realmente cuál es el motivo de una fiesta? ¿Cumplir con las normas y protocolos establecidos? ¿Darle rienda suelta a la inventiva para organizar una fiesta original? ¿Cómo saber si tu fiesta será un éxito o un simple y aburrido gasto innecesario? Muchas son las preguntas que me asaltan cuando estoy en pleno brindis, mirando como los presentes a tales ceremonias brindan por la felicidad y el futuro prometedor de quienes, envueltos en elegantes trajes o vestidos llenos de encajes, se embriagan con su propia dicha.

Yo nunca he tenido una fiesta así, al menos no una propia. Tal vez algún día, cuando el ánimo festivo me invada en tales proporciones, sabré por qué la gente gusta de armar tremendos fiestones sin engentarme ni sentir deseos de salirme recién terminada la cena... Como diría la sabia mariposa del cuento: “algún día lo sabré”, mientras tanto, Policromías celebra con alegría su tercer aniversario.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querida Pocha, felicidades por los tres años de constancia y buen sentido del humor. De las fiestas puedo decirte que más que un compromiso social son una rica y sabrosa forma de festejar la vida. Araceli.