miércoles, 19 de abril de 2006

El temblor que no fue

Viernes, 7 pm. Todo parecía una noche tranquila de viernes Santo. El atardecer acaecía, las estrellas se encendían, los grillos preparaban sus más finos cantos. De pronto, conmoción total en el silencio de mi violeta morada. Una sacudida de cama me puso de rebote en contacto con la realidad, irrumpiendo en mi insipiente siesta vespertina y dejando a mi corazoncito retumbando como al ritmo de reguetón. Mi primer sospecha amodorrada incluyó a alguna de mis abuelas fallecidas viniendo del más allá, deseosas de jalarme algo más que los pies (sólo una, si tampoco eran montoneras), aunque la idea de un efímero temblor triunfó como un pensamiento mucho más lógico, objetivo y real.

Pasaron algunos minutos más. 8 de la noche. La cama seguía igual de acolchonada y mullidita que hacía una hora atrás. De pronto, y a tono con el primer grito espeluznante de la noche, un segundo jalón de cama volvió a suceder. Corrí despavorida a corroborar el hecho, obteniendo positivas respuestas por parte de mis alarmados padres en el otro lado de la sala. Una vez ingerido un pedacito de pan pal el susto, volví a lo mío. Minutos después (más minutos después), un tercer y último zangoloteo puso en peligro por milésimas de segundo la finísima cristalería de mi dulce hogar.

“¿Y donde te tocó el temblor?” Versábamos al día siguiente, con afán y por separado, los tres testigos de aquellas sacudidas. Y nada queridos e incautos lectores. Al parecer fuimos los tres únicos entes de esta ciudad que un viernes vacacional se mantuvieron sobrios y en pie. Sólo el Servicio Sismológico Nacional le dio el beneficio de la duda a nuestros cuestionables estados mentales, arrojando en su página el registro de un movimiento telúrico de 3.8 de magnitud ese día.

Ya en la serenidad, traté de encontrarle respuesta a estos movimientos en los que muchos fuimos meneados pero pocos los entendidos Mi primer conjetura arroja que aquello fue la respuesta divina que todos los viernes Santos ocurre tras la representación de la crucifixión de Jesús. “A veces llueve, otras tiembla, así da muestra Dios de su enojo ante los hombres por matar a su hijo” – pensé yo.

Sin embargo después la razón arrojó una nueva e inquietante hipótesis: los suelos temblaron, los cielos ennegrecieron, mis perros nunca dieron una señal de alerta y el shock lo sentimos únicamente tres personas… sí, todo coincidía. La inminente llegada de la pequeña Danna de visita a nuestro dulce hogar puso a temblar hasta al mismo Dios. La fama que puede
autogenerarse una pequeña niña de año y medio y cabellera rizada, cuyo hobbie es simplemente llorar a mares a toda hora y en todo lugar, no tiene por qué pasar desapercibida. Algo debe haber de cierto. El caso es que al día siguiente del temblor Danna, mi sobrina, llegó desde Pachuca con juguetes en mano y maletas hechas para toda una semana. ¿Llegó el holocausto? La próxima columna, queridos e incautos lectores, lo sabrán.

¿Alguien más sintió el temblor? Pochacas@gmail.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me imagino que tu casa tembló y tembló... Pero ha de haber sido padre no? bueno, supongo, aunque me imagino que ultimamente Danna no ha de estar del mejor animo que pueda tener, mira que pensar en qu emuy pronto habrá una personita más en su casa invadiendo su territorio pue sno ha de sre muy divertido para ella. Y aunque tenga solo año y medio bien que se da cuenta, pero en fin... Lo bueno es que ya pasó todo y supongo todo volvió a la normalidad. Eso es lo mejor de las visitas, el momento en que se van jejeje
saludos a tus papas...