jueves, 2 de febrero de 2006

Abrir y cerrar (I)

El 30 de noviembre del año 1991 la familia Valent recibió con singular alegría a su nuevo miembro motorizado; ese día, el señor y la señora Valent llegaron a casa montados en un reluciente auto Golf color azul gris cuyos claxonazos al aire presagiaron los buenos momentos que todos, familiar y particularmente, viviríamos junto a él. La historia de este auto no puede ser distinta de la historia de todos los autos familiares que pasan con sus dueños más de 15 años: ven crecer a los niños, estos ahora adolescentes aprenden a manejar en él, transporta a los amigos de los ya jóvenes, los lleva a la universidad, luego a las borracheras, y en todo ese trayecto traslada a la familia a distintas ciudades, pueblos y cualquier otro lejano lugar. Así fue nuestro querido Andy (bautizado así por el día en el que llegó): servicial ante todo. Y como en la familia Valent desde la ropa hasta los carros se pasan de elemento en elemento de manera jerárquica, Kittotta fue la última de todos en hacer suyo este pequeño gran vehículo, y aunque para muchos el aprecio hacia las cosas materiales es algo que simplemente está de más, para mí Andy significó no sólo mi primer medio de transporte: fue un objeto que cobró vida, se volvió mi cómplice, mi amigo, el ser que a diario me abría sus puertas...

“Todo por servir se acaba” versa un dicho popular, y el pequeño gran Andy no pudo ir contra esa corriente: Con mucho sentimiento de por medio se tomó la decisión de ponerlo a la venta para mejorar en esos pequeños detalles en los que él ya no podía rendir, y así, casi de inmediato, un comprador llegó y en un abrir y cerrar de ojos nuestro querido Andy se fue para poner a rodar la vida de otra familia y no volver nunca más.

No lo voy a negar: yo lloré mucho. Pero el hecho que más me pudo fue la inmediatez de una despedida anunciada que no me permitió la solemnidad planeada para este propósito. Ante la prisa del interesado, decidí que una vez que viera la unidad (¡que impersonal es nombrarlo así!), tendría de plazo un par de días para realizar “mi ritual del adiós”, que consistiría en tomarme algunas fotos en él, sacar poco a poco mis objetos personales y quitar con sumo cuidado las calcomanías que le dieron un poco de mi propia identidad. Sin embargo el día de la cita llegué a la cochera observando con horror que todo ya estaba afuera, que las llaves ya no tenían su llavero, que de la noche a la mañana Andy dejó de ser mío para convertirse en una unidad a la venta. El trato se finiquitó en un par de horas, y a la exigencia de una orden paterna, arranqué con furia mis calcomanías... Después le mostré al comprador cómo desactivar la alarma (una maña que solo yo le conocía) y me di la vuelta consternada, enojada, irritada: no era sólo por la venta apresurada, era porque me sentí despojada de un ritual que me permitiría cerrar, con toda la dicha que fuera posible, el feliz ciclo que se abrió hace 15 años. Se trata de esa individual práctica de cerrar ciclos. Importante, necesaria, obligatoria. Tan urgente de celebrarse como cualquier rito de iniciación, de bienvenida. Decir adiós en paz es la gran respuesta para cualquier término de relaciones sentimentales entre hombres, entre mascotas y entre objetos tan comunes (y solo por eso tan nuestros) como una casa o un auto... Si lo sé, es más práctico cambiar, renovar, pero es igual de imperioso saber despedirse con orgullo del pasado... Cuestión de enfoques... Cuestión de rituales... ya lo creo que si.

2 comentarios:

Alma dijo...

Siempre visito su parte ratonezca, pero por acá no había pasado.. hasta hoy.. jeje.
No te awites por el carro, así son las cosas en la vida, nunca estamos preparados para decir adiós y cuando lo hacemos siempre es tarde.

Saludos

Indigente Iletrado dijo...

Entiendo la necesidad de la clausura, aunque no comparta la metodología.

La manía automovilística de mi padre nos hizo cambiar de autos demasiado seguido (hasta que la obscenidad económica del país lo paró en seco), así que no sentí ningún arraigo especial.

En general, creo que no me arraigo facilmente. Y mis procesos de clausura son conmigo mismo respecto al objeto (o persona), es parte de empezar hacerlo prescindible.

Sin embargo. Me gustó. Bonito.