sábado, 28 de marzo de 2020

Bloguear en cuarentena

2020. Vaya año. El año en sí mismo ha resultado todo un extraño acontecimiento que nos ha obligado a pensar, a repensar, a plantear y replantearnos no solo nuestro sistema político, económico o social, sino también nuestras relaciones con la gente más cerca y, evidentemente, con nosotros mismos. 

Bueno, no ha sido tampoco una obligación hacerlo. Para muchos el escenario de una pandemia ha resultado trágico, con más preguntas que respuestas, con más incertidumbre que fe, otro tópico que desde lo religioso está resultado un tanto deslucido por ésta y las situaciones que han antecedido al bicho del COVID19, como lo son la violencia, la corrupción, el abuso a mujeres, hombres y niños... Pffff. Qué escenario pues. 

Y en medio de todo este circo algunas cosas deciden ocurrir por el simple hecho de que la vida sigue  su curso y los ciclos no se detienen, y ahí es a donde entro yo, persona que por su trabajo vive una cuarentena constante (algunos días mi única salida es a tirar la basura y a pasear a Tokotina, literal) pero que durante esta semana vio cómo su vida tomó un giro inesperado para sospechar un domingo y descubrir un lunes que estaba embarazada, para luego el martes sentir que ya no lo estaba y confirmarlo el miércoles, mientras que el jueves lloró el duelo y el viernes siguió sin entender de qué se estaba tratando la semana. Así de efímero fue, así de extraño resulta hasta el grado de narrarlo en tercera persona porque no siento que mis últimos días se hayan tratado de eso. 

Y con toda la gama de eventos inesperados que trae una noticia de esta índole vienen también las reacciones y los desencantos. Es como si el clima general encajara perfecto con mi contexto particular. Un evento inesperado, pero el cuál sabías que tarde o temprano iba a ocurrir (porque si no, en mi caso, era indicador de otras tragedias sanitarias que aparentemente han quedado de lado), que genera todo tipo de miedo, de gestión de recursos, de incertidumbre, de opiniones miles, de silencios u omisiones innecesarias, de empatía o escasez de ella. 

El COVID19 nos ha traído eso: mirar cómo todos los países están transitando por este momento, cómo algunos han tomado medidas antes que otros, cómo se atiende a sus enfermos, cómo se preparan sus médicos, cómo para muchos hay sorpresa y falta de atención temprana; avisos por parte de las autoridades, fakenews con teorías conspirativas de toda índole, mensajes de Whatsapp diciendo que el agua con limón y bicarbonato es la cura o que untarle cloro a las patitas de los perros alejará la presencia del virus. Eso, más un caos familiar, alumnos que no van a las escuelas, jefes o jefas de familia que no acuden a sus trabajos, personas de la tercera edad que no saben cómo vivir así, sin contar a la gente que vive al día, que no puede parar, que no debe parar porque si no se acaba el sustento y la comida del día. 

A falta de eventos deportivos, de otros hechos noticiosos, de espectáculos cancelados o chismes de farándula, el tema de todas estas semanas es el COVID, muchos especulan, otros opinan porque han creído que sus opiniones son importantes para los demás, muchos analizan, reportan, consultan, indagan y eso está bien, porque de pronto ya no sabes ni a quien creerle. Y cuando se trata de vislumbrar el futuro más próximo la cosa se pone peor. Todos hablamos, todos opinamos, todos tenemos miedo, todos lo evitamos. Y aunque aparezcan noticias tan bonitas como que la Madre Naturaleza está haciendo su propia reingeniería y se está tomando un respiro de los humanos, el estar encerrados solos o con nuestras familias es en muchos casos enloquecedor. Así como descubrir un embarazo sorpresivo. 

La idea de una nueva vida trae justamente esa clase de reingeniería familiar express que debes hacer para resolver (o al menos intentarlo) cómo es que en 9 meses podía llegar una almita a este mundo cochino y cruel, qué se pondrá, qué comerá, dónde dormirá, cuánto dinero hay que destinar al tema sanitario (les digo, las circunstancias se parecen), a las pruebas, al diagnóstico, a los cuidados... Pues así fueron estos 5 días. Confusión, emoción, felicidad, decepción y tristeza. Y mucha, mucha desilusión. 

Porque así como las autoridades del gobierno no nos inspiran toda la confianza del mundo, porque cuando esperábamos que nos dijeran que todo va a estar bien y que vamos a estar protegidos nos salen con estampitas, con abrazos, con silencios o con palabras que más que alentar simplemente desmotivan, así sucede cuando das una noticia así a tus semejantes y éstos, sin saber qué decir, simplemente se callan o te enseñan estampitas, o te dicen que estás joven y lo lograrás después, que estés tranquila y que todo se logrará a futuro. Así como hay autoridades sordas, poco empáticas, también hay gente alrededor que lo son. Y no es culpa de la gente en sí, como tampoco podría yo culpar al gobierno por no tener los recursos económicos o políticos para enfrentar una contigencia inesperada sin preguntarse primero cómo vivirán esto los ciudadanos, qué necesitarán, qué sentirán, qué certeza tendrán. La gente, en el contexto de una noticia fea como una pérdida, tampoco saben cómo reaccionar y simplemente se callan, o intentan no ser imprudentes, creyendo así que su aportación emocional a la causa de quien está del otro lado resultará de utilidad. 

Porque si acá ya se vivió de todo, ahora la idea de una pérdida tan inesperada como la llegada requiere al menos de mucho, muchísimo amor. Se siente y se vibra en la pareja, por supuesto que sí, Pero la pareja no es un ente solitario que solo existe entre cuatro paredes. La pareja se allega de gente, gente con quien comparte momentos felices, y con quienes desea también compartir los tristes porque pues, es parte de la vida. Pero, oh decepción, a veces la gente, como las autoridades, prefieren evitar el tema y hablar de la rifa de un avión o de otros tantos distractores antes de preguntar un ¿cómo estás? que podría resultar tan saludable, tan empático, tan honesto. 

Y no, tanto como el COVID como el embarazo/aborto espontáneo no tienen porqué ser motivo de tristeza. Son lecciones que nos llegan a nivel sociedad pero también a nivel personal, a nivel espiritual, y para muchos el reto es mantenerse en pie aún con todo el tsunami que traen ambas situaciones. Y de las dos se sale, o se saldrá cuando sea necesario. Y se logrará solos y en compañía, gracias a la ayuda de doctores, de gente preparada, de cuidados preventivos para tener un buen sistema inmunológico, de exámenes, ecografías y mucho más. De todo se sale. 

Para mí la lección es que después de la muerte hay vida, que después de la pérdida hay un renacer, que después del desencanto hay un aprendizaje, si bien no a nivel externo sí a un nivel interior, donde se aprende a que la gente jamás va a reaccionar como uno lo espera, que cada quien da lo que quiere y puede dar, y que no es lo mismo reclamar a las autoridades que reclamar a la gente que simplemente no dijo nada, porque nadie está obligado a dar su opinión (a Dios gracias) sobre algo que no conoce o no ha vivido como un embarazo interrumpido. Mejor en silencio que víctima de la fakenew o la ola de consejos que nadie te pide pero que de la nada empiezas a recibir. 

Lo cierto es que uno madura, desde el punto de vista espiritual (es inevitable replantearse la fe en momentos como éstos), pero también dejando atrás las maletas pesadas que cargan enojos y culpas. O al menos es lo que debo de hacer, tomando en cuenta que mis eventos personales tienen menos de 8 días de acontecidos y aún traigo un poco de adrenalina o lo que sea que desarrollen el cuerpo y la mente para tratar de entender qué es lo que acaba de ocurrir y cómo a partir de ésto tu vida va a cambiar para siempre. 

En fin. Bloguear en cuarentena no era algo que tenía en la mente pero ha sucedido. 

Hasta aquí mi reporte. 

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