jueves, 1 de julio de 2010

Lo normal...

Son muchos los días que lleva rondándome por la cabeza una difícil pregunta: ¿Qué significa ser normal? Derivada de esta interrogante me surgen muchísimas otras más: ¿Acaso yo soy normal? ¿Acaso alguna vez lo he sido? ¿Cuál es la necesidad de ser "normal" en este mundo? ¿Es importante serlo o considerarse así? ¿A quién diablos le importa si lo eres o no?

Miro, por ejemplo, el caso de Raymond Domenech, ex entrenador de la selección de fútbol francesa. Según el mundo entero, ése hombre no puede ser normal. Nadie que para realizar su trabajo le pide consejos a los astros antes que a su instinto táctico, puede encajar en ese concepto que de inmediato me remite a esos libros de ortografía que mi hermana (sospecho) aprendió de memoria en su tierna infancia, llamados así, NORMA. Por lo tanto y si la lógica no me falla, normal es un derivado de norma, y norma es, según la RAE, toda "regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades, etc." Así pues, lo normal es aquello que debe apegarse a las normas, a las reglas que la sociedad ha impuesto incluso (y creo que antes que nada) para regir el comportamiento.

Entonces si una persona consulta a los astros para realizar su trabajo, es anormal. ¿Y entonces como para qué querrían a los magos los grandes Reyes de la antigüedad, me pregunto yo? ¿Y entonces cómo explicar que para nuestros ancestros el juego de pelota era, antes que nada, un culto religioso que ofrendaban a sus dioses? Si ellos vivieran en este siglo, estarían en completo desacuerdo con el concepto de "anormal" para este francés ahora tan archiodiado en su país.

Todo esto me ha rondado por la mente por muchas razones. Hace un año, casi exactamente, empaqué mis maletas y emprendí la increíble aventura de vivir en solitario. Para mi, y según mi entorno, aquello no era más que un acto necesario de espacio y aprendizaje, sin embargo para la familia el asunto pasó a ser una preocupación alarmante: ¿Cómo, no sale de su casa por un matrimonio? ¿Acaso se peleó de muerte con sus padres? "¡Eso no puede ser normal!" Y la sorpresa es que, dentro del gran CAOS que ha representado este año en mi vida, según mis propios cánones y estándares nunca me había sentido más normal que como estoy el día de hoy.

¿Y cómo sé que soy más normal que antes? Porque me divierto más. Porque he aprendido a disfrutar de mi vida así, tal cuál es. Ser feliz es mi único estándar para saberlo. Cuando mi querida amiga Tamarindo afirma que desea ser normal de nuevo y dejar atrás sus poco conocidos problemas de salud, yo solo intuyo que lo que quiere en realidad es volver a ser feliz. Tampoco quiero decir con esto que el sentirse triste o deprimida no sea "normal"... ¡al contrario! Después de dejar atrás poco a poco el vivir meses de inestabilidad laboral, emocional y sentimental, comprendo que era necesario pasar por todo ello para encontrar el poder que hoy tengo de moverme a mi ritmo, a mi estilo, sin ninguna norma que limite mi ser (al menos, no con alguna con la cuál no esté de acuerdo).

Retomar esa maravillosa costumbre de acudir a terapia una vez por semana también ha formado esta nueva "normalidad" que ahora presumo. Mi doctora ha tenido una increíble capacidad para combinar en cada sesión el delicioso momento del chisme con el impactante trabajo con mi interior. Nunca pensé que, incluso, mi rigidez para el baile tuviera que ver con todos aquellos conceptos erróneos sobre los límites, y que yo transporté sagazmente a mi propio cuerpo y organismo. Qué poder tienen ciertos conceptos en la mente humana, qué poder ejercen esas absurdas necesidades sociales que "determinan" que, para encajar correctamente, debemos ser parte de un estándar que no todo el mundo puede cumplir. Me tardé 31 años de mi vida en descubrir que yo tenía el poder de no ser parte de eso.

¿Entonces ser "normal" no es bueno? Tampoco creo eso. Solo pienso que la gente que se sale del concepto es la gente valiente, la gente que se queda ahí simplemente está muy cómoda y eso, supongo, tampoco debe ser algo malo.

Es irónico que llevo párrafos completos hablando de mis rebeldías y tenga el valor de confesar, abiertamente, que llevo un mes formidable de experimentación en la cocina. ¡Wow! Me resulta increíble poder crear con mis propias manos, los antojos casuales que de pronto me asaltan. En nuestra sociedad, lo "normal" es que las mujeres sepan cocinar. En mi propia normalidad, cocinar es un reto tan postergado que el haber perdido el miedo de experimentar con ingredientes y sabores cual pociones de magia es un deleite nunca antes sentido (¡aún si los inventos resultan asquerosos!). Eso me acerca más a mi propia "normalidad"... vaya, hasta mi corazón ha comprendido que esas ridículas reglas a las cuáles estuvo tantos años apegado pueden relajarse, y, al salirse de lo común, ha podido latir mejor y más fuerte.

Asunto subjetivo, reflexión filosófica, duda absurda, conceptos erróneos o quizá vil cantinfleo... No lo sé. Si para ustedes, queridos lectores, esta interrogante los lleva a sus propias conclusiones, entonces esta loca policromía habrá valido un poco más la pena, porque, por sí sola, su sentido más importante es el poder ocupar un espacio en el mundo para expresarme, para volver a esa hermosa costumbre de redactar mis vagos pensamientos y compartirlos con propios y extraños... Queridos lectores, sea cual sea su postura, disfruten su propia normalidad... ¡es lo único que nos queda!

1 comentario:

Tu pa dijo...

Que gusto saber sobre tus experiencias para vivir la razón de tu ser. Yo también, por otras causas, tuve que ser anormal, según visión general. A los 12 años de edad, y hasta la fecha, hago lo que mi buen juicio me dicta. A esa corta edad me corté el cordón y es bueno vivir por lo que tu creas que es bueno. Siempre seguí el buen juicio que te dan tus padres. Honestidad, Verticalidad, Servir al prójimo no aprovecharte de él, y algunas cosas mas... Felicidades... Tu Pa