lunes, 6 de octubre de 2008

Día Mundial del Correo


Este año ha sido particularmente de poca lectura, sin embargo, las palabras de un libro al que le tengo un peculiar cariño (aquí entre nos, me lo regaló un fan de las Policromías), "Sobre el oficio literario", me vinieron muy al caso después de descubrir que el 9 de octubre es el día Mundial del Correo

Dicho libro es una bonita recopilación de reflexiones que algunos escritores han hecho sobre el arte de la escritura, y lo interesante es que las traducciones al castellano las hicieron grandes hombres de las letras tales como Sergio Pitol. Y es precísamente él quien nos cuenta, desde la voz lejana, lo que E. M. Forster meditó sobre el Anonimato. 

Ambos, Forster y Pitol, nos llevan a pensar lo importante que resulta que un documento oficial, por ejemplo, lleve un nombre y una firma que le otorgue credibilidad; o bien, en el caso de los poemas o las novelas, resulta más impactante cuando sabemos quién está detrás de semejantes glorias (y cómo el nombre del autor suele ser referencia en futuras lecturas, para bien o para mal), que cuando algo termina siendo "Dominio público", por ejemplo. ¡Y ya ni se diga de la correspondencia!

En los siglos pasados las cartas eran el gran medio de comunicación, la posiblidad de que uno pudiera estar en contacto con sus seres lejanos y queridos, la mejor manera de sostener amores prohibidos, o bien, eran ellas las causantes de las grandes guerras y las peores tragedias (la confusión del pobre Romeo al creer a su amada Julieta muerta sucede por una carta que por lentitud del mensajero él jamás leyó). La emoción de recibir una misiva es, aquí y en China, la más grande, punto. 

Este asunto del Anonimato y su contrario, la personalización de un texto, me viene a la cabeza porque en alguna época de mi vida, sin yo quererlo, el correo se volvió mi gran recurso, mi gran aliado. A los 10 años, cuando vivía en Oaxaca, comencé a sostener una relación vía postal con Martha Laura, una tía muy querida a quién no había visto físicamente, pero que propició un intercambio que me permitió conocerla, saber de su nueva vida al lado de mi tío, su embarazo ¡y hasta me enteré de los detalles del cuarto de la bebé! Luego llegué a Xalapa y la única opción para saber de mis lejanas amistades era el correo (el teléfono y yo no éramos amigos en ese entonces). Esa comunicación fue menguando poco a poco, pero después conocí a Gisel, y gracias a que no coincidimos en ningún salón de clases en ese entonces, todos los recreos nos veíamos para darnos nuestras respectivas cartas, donde nos platicábamos nuestros más oscuros secretitos con los minigalanes en turno, comentábamos sobre los problemas familiares con las hermanas mayores y, por supuesto, dejábamos por escrito los pormenores diarios de nuestras novelas favoritas. Hoy tengo una caja llena de estas simpáticas notas, que años después se convirtieron en recaditos del salón de clases, con mejores y más apasionantes chismes en su interior. 

Y aunque es el sueño de todo escritor frustrado, mis relaciones sentimentales (desafortunadamente) han estado carentes de este elemento tan emocionante que son las cartas. Sin embargo, en algún lejanísimo momento probé mis dotes de villana de novela al asediar a un pobre incauto con anónimos perfectamente bien hechecitos, con sus letras de recortes de revistas y todas esas maniaticadas. 

Hoy, la emoción de recibir un sobre con su timbre y toda la cosa ha sucumbido ante el correo electrónico. En estos días el viejo cliché del perro ladrándole al cartero es más verídico que nunca: hoy, estos pobres hombres lo único que arrojan al buzón son estados de cuenta, recibos, deudas y si uno se descuida hasta citatorios de Hacienda. La vieja costumbre de los abuelos de mandarse postales y plasmar con su letra manuscrita mensajes poéticos de amor se ha transformado por las ecards que te pueden cantar y hasta tocar las mañanitas. Hasta los más acérrimos enemigos de la tecnología han sucumbido ante ella, como mi tío Efraín, quien reprobaba firmar una carta escrita en computadora y hoy manda mensajitos de celular con esa moderna mala mañana de las K´s por Q´s. 

Este 9 de octubre, día Mundial del Correo, propongo que en un acto de reivindicación, todos escribamos una carta, por muy simple que sea. Quienes puedan háganlo en el papel, de puño y letra, en un sobre decorado con dibujos coquetones. Quienes no tengan el tiempo, utilicen la tecnología como el medio perfecto para mandar saludos y cariños de manera personal, no cadenas ni chistes, ni cosas parecidas. El sentido del correo, creo yo, es esa encantadora oportunidad de platicarle a otro alguien las experiencias actuales, la vida del hoy, las memorias en una redacción única y particular porque no se trata de un oficio acartonado, ni de un anónimo delator: Es una redacción propia, esa en la que simplemente escribimos como hablamos, con nuestros nombres y apellidos.

Seguiré leyendo a cuenta gotas "Sobre el oficio literario"... Quizá algún autor extranjero y su amable traductor al castellano me tengan reservada alguna interesante reflexión sobre las cartas y su importancia en la historia de la Humanidad. 


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