martes, 27 de mayo de 2008

Triste historia de un hoyo

Un hoyo en el piso puede ser un asunto sin importancia para los transeúntes, para la gente normal, pero quizá represente también la oscura entrada a otro mundo, a una nueva realidad, a otros universos. Estas ideas salpicaron mi ociosa mente ante la sorpresiva aparición de un hoyo a mitad de la calle donde vivo: primero fue como si un adoquín se hubiera salido, pero al día siguiente aquello ya estaba tremendo, hasta los vecinos tuvieron que poner una banderita para indicar que se tuviera cuidado. El nuevo vecino estaba tan profundo como un volcán.

Mi ardilla mental, tan escasa de asuntos importantes a tratar que prefiere leer el Mi Guía con el más reciente escándalo político-espectacular de la aventurera heredera de la fortuna Creel, decidió indagar sobre las miles de posibilidades que un hoyo en el piso representa: entre ellas, la más emocionante fue imaginar que debajo de mi calle, de mi casa incluso, pueden tejerse las historias más fantásticas del tipo las crónicas de Narnia o algo similar. En aquel caso necesitaron un clóset, en el mío, una calle víctima del tiempo y de los presupuestos municipales.

La experiencia fue realmente emocionante, sobre todo porque hacía mucho que mi imaginación no volaba hasta tales dimensiones: así, de trancazo, vi caballos, sirenas, hombrecillos con trajes extraños, cascadas de azules maravillosos donde las mujeres lavan sus ropajes mientras sus esposos se preparan en el ejército que espera el momento indicado para luchar por defender aquel mágico paraíso, ese que si uno es curioso, puede vislumbrar debajo de las tuberías y los sistemas de drenaje.

Vi también árboles llenos de manzanas rojas, horizontes de cerros y montes limpios, intactos, ajenos a la contaminación, a las crisis económicas, al aumento galopante de los precios en los alimentos, ajenos de los políticos corruptos y de la difícil vida adulta en la gran ciudad.

Observé un sol que elevaba aun más el tono verde de los amplios campos, mientras los animales convivían con el hombre como iguales, como amigos. Sería lindo decir (y que el respetable me creyera) que todo mi universo imaginario tenía hasta su banda sonora, donde todos cantaban al mismo ritmo.

Sin embargo un buen día llegó el departamento de aguas, hizo valientemente un agujero más grande para inspeccionar el motivo de semejante aparición; después de trabajos a sol y sombra, el municipio llegó a tapar la evidencia y aquel mundo maravilloso que imaginé debajo de mi casa quedó de nueva cuenta fuera de mi alcance, con la puerta cerrada. Así de burocrático, así de sencillo. El problema del hoyo quedó resuelto, pero me encantó tener la posibilidad de saber que aun en medio del caos que es la vida cotidiana, uno puede encontrar en lo más pequeño un motivo para soñar, para imaginar, para sonreír.

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