viernes, 28 de julio de 2006

Reflexiones en la fila del super

*COLUMNA PUBLICADA EL VIERNES 28 DE JULIO

Cuando uno se forma en una multitudinaria fila tiene dos opciones: a) maldecir al que inventó esa manera lenta y democrática de obtener un turno para hacer “algo” mientras pasa todo ese tiempo perdido; o b) observar, curiosear y si es preciso viborear al de enfrente, y al otro, y a toda la parte de atrás (en un hábil y discreto movimiento), y dejar que la imaginación vuele tratando de imaginar los miles de motivos que pueden llevar a una persona para estar en ese lugar, en ese momento y en esa fila.

Dependiendo del clima, de lo que haya pasado en la novela de anoche, de la posición de la luna y de mi frágil estado de humor, cada vez que hago cola no decido cuál de las dos opciones me parece la más sensata porque yo paso de la a a la b (y viceversa) con la misma facilidad con la que AMLO convoca asambleas. Así pues, y en esos ánimos, uno encuentra cualquier cantidad de pequeñas historias en esos puntos en común.

Cierto día de ocio merodeando en los pasillos del súper, caí presa de la oscura tentación de adquirir una hermosa faldita a un precio regalado y me sumé a la amplia fila de mujeres que esperaban su turno en el probador. Frente a mi se encontraba una mujer o muy vanidosa o muy urgida de prendas íntimas, pues estaba por probarse como 10 brasieres de todas copas y colores, y mientras papaloteaba, dos niñas a su lado sostenían un debate propio de todo par de hermanas. La mayor, harta de la pequeña, la reprimía por agarrar la compra mientras ésta, arriba del carrito, se concentraba en arremedarla. Que si le decía “¡Cállate!”, la otra lo imitaba y aquello era el cuento de nunca acabar. Cuando la pequeña sintió que tenía una observadora puntual de su show, volteó a verme, me dirigió una de esas pícaras sonrisas que sólo las hermanas menores pueden emitir al saberse ganadora de la batalla, y prosiguió con lo suyo. Mi memoria voló.

Colocarse al final de la lista de hermanos es un privilegio que de niño se disfruta horrores. En las peleas uno termina ganando, exasperando al rival a tal punto que los padres los regañan a ellos mientras uno observa la escena con semblante paciente e inocente. Los menores, como los clientes, siempre tenemos la razón. Los mayores son experimento, los chicos experiencia. Sin embargo al crecer, los menores vemos cómo los grandes se van, se casan y hacen sus vidas mientras uno, sin paciencia ni inocencia, anhela el día de emprender el mismo vuelo.

Del súper volé al pasado inmediato, cuando mi hermana y yo compartimos el micrófono en plena fiesta kareoke para entonar juntas un himno de nuestros ayeres. De la niña que arremedaba a la mayor me encontré cantando, maquillada y de tacones, con mi única (y mejor) compañía de la niñez. La miré cantar y sin querer, le esbocé la misma sonrisa pícara de la niña del súper, no por la batalla ganada, más bien, por sentir la tácita tregua de amor que entre estrofa y estrofa, quedó sellada por los años entre mi hermana mayor y yo.


Nenitas

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