jueves, 29 de junio de 2006

El juego de la fe

En mi puntual seguimiento a la Copa del Mundo y a las pasiones que ésta genera he aprendido lecciones sobre hermandad, sobre coraje, sobre pasiones, sobre dolores, y especialmente, sobre fe.

Los partidos jugados por la oncena mexicana uniformaron a todo rincón donde hubiera un paisano ilusionado. ¿Sabían ustedes que el México-Irán fue el evento con más audiencia de todos los tiempos en la televisión estadounidense de habla hispana? Es fácil imaginarlo cuando se aprecian las calles vacías, los changarros cerrados, el silencio sepulcral donde sólo se escucha la narración de las jugadas, la gente reunida frente al radio, ante la tele... Suspiros, rezos, mentadas, hasta que el gol es coreado en toda clase de tonos, de ímpetus y sentimientos. Son noventa minutos catárticos, y, después de ellos, la frialdad, el desánimo, el síndrome del estratega, el "te lo dije", el ansia por racionalizar el deporte, y en resumidas cuentas, la cruda realidad. Sin embargo, no faltó nunca un despistado que a la menor provocación sacudía su bandera y se entregaba al arrebato de un festejo a la nada. Así somos los mexicanos, nos gusta celebrar aunque no tengamos un pretexto aparente, y creo que de eso se trata este asunto de la fe: vibrar de felicidad por el simple hecho de estar vivos.

El resultado emotivo tras la actuación nacional fue en crescendo y ya para cuando jugadores y afición lloraban ante la maldición del "ya merito" (que según los que saben le va más a Holanda que a México), mi corazón se desbordaba de pasiones encontradas, aunque siempre con el freno racional debido a ese inexistente legado hincha que se disparó en mi padre tras cada silbatazo final: "Son pésimos", "Es una mafia", "Siempre se quedan igual", "No van a ganar", etc. Ahí es a donde va mi punto sobre la fe.

No es un secreto para nadie que los medios son fuente generadora de exageraciones desmedidas. Lo mismo nos venden fórmulas para deshacernos de las estrías que nos arrojan la idea de un Campeonato. Pero... es tan fácil creer.... Ante la escasez de figuras, ante la miseria del poder, es tan fácil y necesario creer que algo mágico pasará, que algo fabuloso puede ocurrirle a ese individuo con una historia desgarradora que ahora yace en la cacha llorando la derrota en algún continente lejano... es el creer que es posible que si le pasa a él me pasará a mí.

Los racionales dicen que hay que poner freno a esas emociones, que hay que actuar en vez de idolatrar, pero creo que también es necesario y muy saludable, permitirnos esa dulce sensación de depositar nuestras ilusiones en lo imprevisto, en lo inexplicable, en aquello que nos provoque entregarnos y aferrarnos sin miedo, pase lo que pase...

Después de los partidos de México aprendí que pese a todo, lo más importante no es querer tener fe en algo, sea lo que sea, sino tenerla y hacerla a prueba de balas, de nervios y de mentes racionales que seguramente en otros terrenos de sus vidas llevarán esa misma pasión hasta sus propios límites.

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